sábado, 10 de septiembre de 2011

Una cosa u otra, eso es lo que mola ¿no?

Cada septiembre, cada enero, cada abril, cada junio, la misma encruzijada. O Mary Poppins o la señorita Rottenmeier. Pues hija, ni una cosa ni la otra, si es que tú no vales para los términos medios. Pues no, no los veo. Me parecen más sencillos los personajes-tipo.


¿Ves a Mary P.? Ha aparecido casi sin que nadie la llame, llena la habitación con su belleza serena y advierte que se irá cuando su cometido allí haya terminado. Sabe que las misiones, antes o después, acaban. Desprès, en catalá. Lo dice pero tan embobados quedaron todos que no la oyen. Ella pone su gran bolso sobre la mesa y empieza a sacar todo lo habido y por haber, sus recursos son ilimitados. La magia entra en escena y la realidad comienza a ser narrada a modo de cuento. Las canciones guían el aprendizaje y una mañana, la señorita Pooppins, abre el paraguas (en Londres siempre llueve) y se marcha como vino. Así es Mary.


Aquí llega Rottenmeier, qué mujer. Es tan alta como recta, parece que hubiera dejado de ser mujer para tornarse Cirio Pascual. Y es olor de cera de sacristía lo que desprende. Cesaron la música y las risas pero el silencio permite que los conocimientos, que por su boca salen, invadan la habitación. Los niños, "ojipláticos", son todo oídos y sus carnes han quedado hechas arcilla para ser moldeadas: Óbrese el milagro de la transmisión de valores. Pero, esos niños, ¿son todo oídos o son todo ojos? La señorita Rottenmeier corta la respiración. Silencio, silencio, que viene la señorita Rottenmeier.





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