sábado, 5 de enero de 2019
El mono de Harlow
El monito del experimento de Harlow sufre ante nuestros ojos.
Se agarra a su mantita. Cuando se la arrancan, llora y chilla como yo.
Cada vez que un novio me dejó.
En cada abandono revive la mona que soy. Eso me humaniza.
No querría que me hubieras soltado nunca.
Idealizamos, a veces, nuestra cultura, el vientre materno.
Sin embargo, creo que venimos de antes.
Y aquí experimentamos, entre otras cosas,
individualidad y separación.
Para ser más nosotros debemos antes dejar de ser los demás.
Pero llevamos tan adentro, al mismo tiempo,
el anhelo de sentirnos Uno...
Yo y los míos. Tú y yo. Nosotros y el mundo.
Así que cuando el otro hace las maletas (o te deja caer que hagas las tuyas)
vuelves a lo ser lo que siempre fuiste,
por mucho que te hayas distraído por el camino:
un yo errante e permanente experimentando en la materia de este mundo.
El mono de Harlow, volviendo al animal,tuvo dos madres de alambre:
Una incorporaba un biberón y le daba sustento.
La otra, solo felpa. La felpa y la nada.
Si somos mamíferos es porque nacemos con instinto de succión.
Grabado adentro. Cuando mamar significa sobrevivir.
Yo pensaba que el monito se refugiaría en la leche.
Yo lo hice así muchos años. Cuando comer era amar y ser amada.
Pero el mono tiene su instinto menos corrupto y,
si mama una hora, se abraza a la felpa diecisiete.
Yo aprendí a abrazar muy mayor. Y aún tardé unos años en
lograr disfrutar los abrazos.
Uno de mis logros más grandes.
He abrazado a amigos. He abrazado bailando.
Tuve un novio, el primero, al que no abracé en cinco años.
A quienes más me ha costado abrazar es a los más cercanos.
Después, he regalado abrazos en la calle. Gratis porque no hay con qué pagarlos.
Anunciaba mi cartel: Free Hugs.
Algunos venían y otros desconfiaban. Como la vida misma.
He abrazado animales, piedras y árboles.
Lo último que empecé a abrazar,
de unos años a esta parte,
es a mí misma.
Al principio era algo raro, pero poco a poco...empecé a notar
cuánto me necesitaba y qué lejos me voy de mí.
Cuántas veces me abandoné. Todavía hoy me abandono
y me dejo en visto sin responder. Ya en contadas ocasiones.
Ahora puedo entender que este monito elija la felpa.
Le doy vueltas al porqué del tejido. Creo vislumbrar,
sin querer investigar nada serio sobre la cuestión,
que perseguimos el calor.
Creemos que es el amor de los otros, pero no es cierto.
El amor, en verdad, es unidirección y nace en uno mismo.
Es cierto que, a veces, lo intercambiamos con otros,
pero no es menos cierto que también lo hemos experimentado
por personas que no nos dieron ni una miga de vuelta.
Y no fue menos cierto el amor que sentimos entonces.
El mono también se apega a su objeto, que no deja de ser una estructura
de alambres inanimados.
Así que es muy posible que a la ronda del amor siempre
invitemos nosotros. Sin saberlo.
Y nos consuele, simplemente, acurrucarnos a la calidez de algo.
¿Acaso no giramos entorno al Sol,
sin cuya presencia no existiría
forma de vida
alguna
sobre la Tierra?
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