miércoles, 16 de febrero de 2011

¿Podrías tú vivir sin hombres?, preguntó Lobera, agitado

La única cosa que nunca logró dejar de hacer fue amar. Lo amaba todo desde niña con una intensidad desbordante. Guardaba las cosas confiriéndoles propiedades casi humanas, familiares, divinas. Diógenes precoz. Con la adolescencia vinieron los amores platónicos, vasallos incluso, más a menudo de lo que hubiera preferido. Pero, irremediablemente, amaba.
No se había dado cuenta hasta hoy, en que pensó en voz alta:
- Los escasos meses, tal vez semanas, que logré vivir sin amar a un hombre, sobreviví porque amé (fervorosamente) a (D)ios. Bendito misticismo.

Las dos mujeres presentes en la sala la miraban como de lejos, como cuando detrás de los cristales llueve y llueve (Serrat). Abrieron los ojos con tanto histrionismo que, de pronto, se sintió en escena. Tres. Dos. Uno. Acción. Demasiado agnóstica para que aquellas palabras hubieran escapado por su boca. Pero así era, allí habían sido puestas.

Y siguió amando lo que quedaba de mañana.



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