miércoles, 2 de marzo de 2011

Me llamo Adicto. (queridaesquizofrenia cap.I)




Me han empezado a interesar las voces tras una larga temporada puliendo máscaras. Cierto es que somos siempre y nunca los mismos, que nos maquillamos para la ocasión. Los roles, resumiría un academicista de la psicología humana. ¿Y las voces? Las que me pueblan, las que de los demás oigo, las que me invento, las que de querer oirlas oigo. Habiendo, por fin, entendido, como ahora entiendo, que vivo para contarlo, comienzo a indagar ene l cómo lo cuento. Y más allá: En el cómo SE cuenta. Las cosas, la vida , las cosas de la vida o la vida de las cosas...¿se cuentan o las cuento, las cuentas, las cuenta?

 Queridademencia se desdobla en, la a su vez desdoblada, queridaesquizofrenia, para narrar episodios que acontecieron a dos en un lugar y tiempos indeterminados y que dos, dos serán, quienes van a narrarlos en la inmediatez de estos mis delirios. Que así sea.


ÉL:  Al llegar al lugar de la reunión, frotandonos las manos literalmente tras bajar del metro Antón Martín, nos dimos el primer golpe. El punto de encuentro era una iglesia, más concretamente los salones parroquiales donde se recibe la catequesis y todas esas cosas. El segundo y definitivo golpe estaba por llegar. En lugar de la panda de tías buenas. lesbianas y viciosas que pensaba encontrarme me encontré con un panorama desolador que junto a la deficiente iluminación de la sala y el olor a iglesia tan fuera de contexto hicieron que se me revolviera el estómago.

Dos sudamericanas obesas, dos señores de unos sesenta y cinco calvitos y con chaleco, un chico joven con pinta de pasarse el día frente al ordenador de esos con jersey y sudados, una señora mayor con pinta de despistada y un cincuentón también calvo que se quedaba de pie como si estuviera a punto de salir corriendo. Todo esto orquestado por el contacto de mi amiga Lucía, una chiquita de unos treinta y cinco de cuyo nombre no debo acordarme que hacía las veces jefa de pista de aquella suerte de circo.

Enseguida empezaron a hablar por turnos, digo empezaron puesto que la primera vez que asistes no tienes turno de voz, sólo puedes escuchar. Lo primero que debes decir es el tiempo que llevas abstinente. Para desintoxicarte del sexo debes abstenerte de practicarlo, en cualquiera de sus variedades, solo o acompañado, si lo haces, se pone el contador a cero, en la siguiente reunión no tienes derecho a abrir la boca y encima quedas en ridículo por tu poca fuerza de voluntad.

Se veía la mala leche contenida en cualquiera de los presentes excepto en la coordinadora, ella parecía en paz consigo misma, creo recordar que llevaba dieciocho meses de abstinencia. El resto, eran personas facilmente excitables, no sexualmente, eso lo desconozco sino en cualquier sentido. Uno de los que habló dijo que había tomado café en un bar esa mañana y que alguien le rozó al pasar y eso le hizo ponerse muy agresivo. Luego fue contando todos los pasos que había dado para intentar contener esa agresividad. El sesentón del chalequillo que a la sazón era gay, contaba como sufría mirando a los chicos por la Gran Vía con sus polos ajustados, sufría muchísimo pero no podía dejar de hacerlo, salía la calle a dar paseos cólo para poder ver tíos buenos... Yo miraba a Lucía de soslayo, de habernos mirado a los ojos habríamos estallado en carcajadas como hicimos luego en la calle y hubiera estado feo... Parece ser que sólo se consiente el sexo si te has casado, la coordinadora contó que había tenido un novio recientemente pero que sólo se cogían de la mano o se daban algún besito casto. Antes se encamaba con dos y tres por noche. Contó que ya acostada, se desvelaba por la ansiedad que le producía el prurito por el sexo y se vestía de madrugaba y salía a algún bar de pesca... huelga decir que siempre pescaba...


Amén de descargar nuestro estrés con la risa, la salida de la reunión fue curiosa. El morbo se había convertido en pena, desgana, frustración y asombro. Esta gente estaba realmente mal, creo que el sexo era una forma de canalizar lo incanalizable y suspendiendolo ya para que hablar...


 ELLA: El pupitre era demasiado pequeño, las astillas eclesiásticas se le clavaban en el culo, acicate insuficiente para unas piernas que comenzaban a hormiguear. Empezaba la reunión: Buenas tardes, SA es un programa de recuperación de la lujuria y la adicción al sexo basado en los principios de Alcohólicos Anónimos. Sean cuales sean los problemas con los que llegamos a SA, disponemos de una solución común—la práctica con otros sexólicos de los doce pasos y las doce tradiciones de la recuperación cuyo fundamento es la sobriedad sexual. El  flequillo de la moderadora dejaba al descubierto unos ojos tan menudos como inquietos convertidos ya, hacía muchos años, a la fe del comienzo de cada reunión. La abstención es abtenerse.La sobriedad sexual para los sexólicos de nuestra clase significa la abstinencia de relaciones sexuales con nosotros mismos o con cualquier persona que no sea nuestro cónyuge. En la definición de sobriedad de SA el término “cónyuge” se refiere a la pareja en un matrimonio entre un hombre y una mujer. La sobriedad sexual también incluye la liberación progresiva de las muchas variedades de pensamientos sexuales, estímulos y formas de lujuria que han llegado a formar parte integrante de nuestra vida. Esta libertad se alcanza manteniéndonos sobrios y aplicando los doce pasos y las doce tradiciones a nuestra vida cotidiana.
Buscaban mis ojos sus ojos; la mano esquiva, el gesto cómplice. Nos había llevado nuestra ansia de exceso hasta aquella sala y en aquella sala se nos habían muerto adrenalina y excitación. El silencio que éramos obligados a guardar nos echó del juego antes de su comienzo. Las ganas de teatralizar, al baúl de los disfraces, para la próxima ocasión. Hablaba ahora un calvo atormentado. Ni rastro de sexo en sus palabras. Ni rastro de vida. El tormento asexúa las entrepiernas y abre las bocas. Bocas mancilladas tejen ombligos ególatras. Ni rastro de inteligencia social, dónde las habilidades. Sesenta minutos de afirmaciones culpadas y culpables. Sólo calla una boca cuando se abre la siguiente del círculo. Nosotros respetamos el silencio impuesto. Que pase la ronda. Miradas furtivas. Bocas obedientes y sobrias mascullan rezos bajo ojos borrachos de tanta mirada furtiva.
El oxígeno que nos llena los pulmones al atravesar de nuevo la pesada puerta de bronce eclesiástico, esta vez de salida, nos lleva a preguntarnos qué fue lo que nos llevó allí. Qué buscábamos que no encontramos, qué somos que no vemos, a cuál de nuestros excesos no queremos ni podemos renunciar. Ella se acaricia los hematomas de la noche anterior en los muslos ya despiertos y le recorre un escalofrío cuando le pide las dos cañas al camarero que regenta el primer bar que te encuentras a mano derecha según sales de la boca de Metro de Antón Martín si caminas en dirección a Atocha.

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