sábado, 23 de abril de 2016

El cuerpo de Patroclo...amén.





 Aquiles besa a Patroclo y el silencio se hace entre el público. Lo ha besado en los labios, apasionadamente, y el silencio sólo puede ser instantáneo. Como El Nesquick. Como la sopa de sobre. El cuchicheo lo llena todo. ¿Entendemos, como sociedad, las relaciones homosexuales?
Es inocente pensar que en una guerra de diez años que mantenía a cientos de griegos sitiados en campamentos, de la batalla a la tienda y de la tienda a la batalla, el cántaro no se rompiese...tantos cuerpos de soldado, vigorosos, lejos de casa y de las madres de sus hijos. Sometidos a la química de organismos enfrentados al estrés de una muerte inminente en cada contienda. Todos, uno. Unidos en el miedo. Unidos en el éxtasis de la victoria, del dolor en la derrota.
Es inocente pensar que de vuelta al campamento no se hicieran, por hacerse si hay que hacerlo, el amor. Que no se tocaran. Que no se olieran. Que no rozaran los dorsales de unos con los pectorales de otros. Que los glúteos no se tensaran y destensaran, al compás de la vida que le sigue a la muerte que pare la guerra.


Y que, frente a la masacre de una guerra que duró diez años, el público de hoy se escandalice por ver dos cuerpos de hombre que se aman, con el cuerpo porque es lo único que en ese momento tienen a mano, el cuerpo, me hace pensar que...después de Grecia, la sociedad que fuimos haciendo fue encerrándose cada vez más en la oscuridad, en la farsa en la mentira de sí misma. En la culpa y la vergüenza. En la negación.


Amemos.
Permitamos que otros amen.
Usemos el cuerpo como instrumento de comunicación.


Permitamos que suceda, aunque sea en otros.



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