martes, 12 de abril de 2016

(Pues ahora ya no lo quiero)


Diana Belfor lleva toda la tarde queriendo un helado. Este fin de semana sus padres han ido al pueblo a ver a los abuelos y a celebrar las fiestas de la Virgen de las Angustias y allí están los cinco paseando la avenida central, sembrada de casetas. En todas se vende algo, las luces parpadean; el cántico repetitivo y machacón de los feriantes, los peluches cabezones y ojipláticos de las tómbolas, el sudor de las axilas adolescentes que se terminan de hornear al fuego lento del horno de la vida mientras  giran, con chulería, el volante de un coche de choque. Gitanas a caballo. Bolsos de cuero, Cucuruchos de quisquillas y manzanas de caramelo. A uno y a dos, a uno y a dos, vamos, niña, que me lo quitan de las manos. El enfado de su madre, a papá se le fue la hora en el bar con sus primos. La abuela llora porque se acuerda del hermano que perdió en las ferias del 47. Barato, barato, piel buena, piel buena. El olor de las cacas de paja de los caballos de la policía, la pólvora que revienta la oscuridad del cielo. Llanto de otros niños, risas de sátiros persiguiendo ninfas. El recuerdo de los deberes de Mates esa mañana: tiene que hacer dos problemas para el lunes y son de los difíciles...páginas 73 de libro. Le gusta hacer sus tareas los viernes por la tarde y repasar el domingo. Este fin de semana no sabe cómo va a organizarse si la mochila todavía sigue en el maletero. Y sus padres han olvidado a Jati ¿Cómo va a dormir cuando llegue a casa sin su elefanta?

 Diana no ha parado de querer un helado desde que el coche ha arrancado a la puerta del colegio. Y eso que han pasado un montón de horas porque les ha dado tiempo a llegar al pueblo, pasar por casa de los abuelos y saludar a todos los vecino de la planta, ver al nuevo hijo de su tío, recoger un paquete en la mercería,  cenar, pasar por la casa para abrir las ventanas y subir persianas que esto siempre huele a cerrado y las humedades del techo no terminan nunca de irse, volver a casa de los abuelos, ir a buscar a papá al bar, estoy más harta...cualquier día cojo la puerta y aquí os quedáis. Pues a ver si es verdad, que eso es lo que tienes que hacer. Pues te vas tú que la casa también es mía. No, te vas tú, que parece que es a ti a quien te molesta que yo sea un rato feliz. ¿Feliz???? Feliz, sííííí.....
Y pasear hasta la avenida.

El cucurucho no me gusta mucho. La galleta a veces está como reblandecida y, además, sabe a lo que haya cerca: churros, gofres, chuletas de cordero. Puag. Rosa y blanco, nata y fresa, no demasiado duro, me gusta cuando ya se está derritiendo y parece nube de espuma en la boca. Que se vaya enroscando desde la boquilla metálica de la máquina. Y que me eche muuucho caramelo por encima, uffff eso sí que me encanta muchísimo!!!El caramelo caliente clavándose en el cuerpo frío del helado. La lengua que ya se moja y se prepara para degustar con todas sus papilas, erizadas y receptivas. El olor pegajoso a ubre de la nata por su nariz que le hace regresar al regazo de su madre. Ea, ea, ea.


Diana Belfor pidió su helado nada más pisar la avenida. Acabas de cenar. Mañana. Eso está muy frío. No, que te pones mala. ¿Y luego las anginas?¿Quién te las aguanta? Ni hablar.

Diana no ha replicado. De hecho, ha desconectado de la feria, los abuelos, las axilas de los muchachos, los peluches, el aceite y el cuero, los fuegos artificiales, desde el primer "no". Y ya no sabe dónde está. Orbita. Ida.
Esta niña está que se cae de sueño.

Será.


Diana no sabe el tiempo que ha pasado cuando una de las manos adultas le da un helado.
Lo mira y siente el frío en su mano. Siguen andando. Lo mira. Al helado y a las luces borrosas que hay frente a ella. Y va y vuelve. Del lugar al que se ha ido a la feria. Y desde la feria de vuelta al lugar al que se va.Y la crema que empieza a deshacerse. Y Diana que no vuelve.

Niña y helado, condenados a desaparecer, en la nimiedad absoluta y cruel de la existencia. El día de la Virgen de las Angustias.











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