domingo, 12 de diciembre de 2010

La purga de Juanqui

Soñar anoche contigo fue una señal más que suficiente. En el sueño, entrabas en mi cama buscando cobijo, te escondías, quizá de tu entorno, beso furtivo y en mí, solo el deseo de que desaparecieras de ahí y de que nadie te descubriera. En la realidad, ha sido clave más que suficiente para saber que te había llegado la hora de la purga.
Fuiste el primero de una larga serie que vendría después. Yo tenía 11 años y tú 18, caí fulminada. Es él, es él. Ahora veo que es lo de siempre. No lo entendí entonces, con mis pantalones cortos y mi media coleta en lo alto de la cabeza. Tenía 11 años. Él venía a nuestro encuentro, más bien al del novio de mi tía, su amigo; mi presencia allí aquel dia era circunstancial. Él venía a nuestro encuentro agachado entre los coches, calle Caunedo, el mismo macarra que nunca dejaste de ser. Yo caí fulminada, como la mosca en la que a menudo me convierto ante determinados macarras.
A esa tarde le siguieron 7 años completos de de amor cortés. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma mismo os quiero. Empecé a sentirme cómoda en el vasallaje, supongo, en las relaciones desiguales, en la adoración del dios de madera. Algún día os contaré cómo, esto también, venía de atrás. Repetimos constantemente las mismas cosas. "¡Soraya! -grita Quico- ¿2+2?4, ¿2+2?4,¿2+2?4, ¿2+2?4. Y así seguirá siendo mientras no cambies alguno de los elementos". Y yo me entierro en el 4 e intento adaptar mi forma a sus picudos lados. Era época de escritos, fue con Florencio con quien dejé de escribir pero contigo aún golpeaba las teclas de aquella vieja máquina de escribir de color verde mar que quedaba encerrada en un maletín cada vez que todo acababa. "La maté porque era suyo", se llamaba el relato. Aún lo conservo. Las letras han dejado un surco imborrable en el papel. Las correcciones de mi profesora de lengua, María, rojas, permanecen también. A ti te encantó la idea de que una niña te escribiese aunque para eso Marta tuviera que morir. Y yo, desde tan temprano alimentando la despiadada maquinaria de los celos de Campanilla, la celosa máquina de la destrucción de quienes habitamos Neverland o el filofóbico país de Nunca Jamás..
¿Recuerdas la mañana de las alitas? En ese bar de Ascao, alitas de aperitivo. Alitas de pollo. Tú las devorabas y yo te miraba como el creyente que contempla a Dios diciendo "Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase la tierra seca:" y fue así.Y llamó Dios al suelo seco Tierra; y a la reunión de las aguas llamó Mares: y vio Dios que era bueno. Y en esa tierra creada por el Altísimo, de pronto, yo que (me, dativo ético) veo cómo sacas de tu boca uno de esos huesos, alita devorada, con forma de "Y", antigua y griega y hoy llamada ye por los Académicos que limpian, fijan y dan esplendor, lo cojo del cenicero (sin pudor ni pereza) y me voy corriendo al baño para lavarlo ante la atónita mirada de todos los allí presentes. Querría hacerme un collar o tal vez un rosario. Otra cuenta más a mi relicario y la veda de las plegarias, abierta. Así pasa el tiempo en la vida de los ateos condenados al rezo. Primer episodio de todos aquéllos en que envilezco a la protagonista de mi novela, significativo por el simbolismo de la carne roída/raída, significativo por ser el primero de otros que seguirán.



Los 7 años de platonismo acabaron, alcanzada mi mayoría de edad y como si de un espejo roto se tratase, la tarde que nos encontramos en el parque. El parque de los mosquitos no volvió a ser lo que era. Ascao fue tomado por la inmigración ecuatoriana y a nosotros nos pasó mucho el tiempo por encima. Aquella noche de parque y verano tú cumplías 25 años y yo, mayor de edad, mantuve contigo mi primera relación sexual. Siempre pasa lo que tiene que pasar.
No olvidamos el resto: El descubrimiento de mi padre del episodio, su sangre de antepasados moriscos bulléndole en venas y arterias, la inevitable afrenta de Corpes. De nuevo mi vida reducida a mito, si no magnificada. De nuevo mi vida sólo vivida para poder ser, antes o después, contada. Como ahora la cuento. Pero hay que escoger, me advierte Sartre , o vivir o contar. Y yo vivo para contarlo.

Nunca te gustó mi cómoda vida de mosquita muerta con la cantidad de miserias que arrastrabas. La madre vilipendiada, la abuela dominatrix, el padre ahorcado, la desesperación tatuada en los ojos. Te pesaba tanto la vida que dos o tres citas fueron suficientes para devolverme ese peso en mal trato. Y yo, fulminada, como la mosca en la que a menudo me convierto ante determinados macarras.

No sé cómo fue que desapareciste. No de mi vida, que nunca habías estado, sino de mi cabeza. Desapareciste. Alabado sea el Señor. Tanto tiempo habías anidado en el más sucio rincón de mi negra psique y ya no estabas. Nunca más volviste. Te (mal)casaste, tuviste un hijo y hace un par de años volviste a aparecer, pasados ocho años, en la sala de musculación del gimnasio del que yo también era socia. Bastaron un par de conversaciones y una tarde de piscina para que me pidieras una válvula de escape a tu fallido matrimonio, una cana aireada que no cambiara el rumbo de las cosas. De nuevo la vida me ponía ante los ojos la bandeja de la otra. En esta ocasión rehusé, alabado sea el Señor, y te contesté con una canción de Alejandro Sanz.




Te lo agradezco pero no- Alejandro Sanz y Shakira DAP


Yo ya logré dejarte aparte. Ahora no necesito más de ti. Y ahora vete, vete en paz.

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