lunes, 30 de mayo de 2011
El Desvictimizador
Llegó cansada. Tan grande era la ciudad, tan insaciables sus pies...
-¿Qué has cogido para cenar?¿No habrás cogido...? - El tono del padre era apurado pero no le dejó terminar la frase.
-No, la tortilla no. Imagino que mamá la hizo para Guille. Ya me hice yo algo, no te preocupes.
Y tuvo que retirarse al cuarto sorbiéndose los mocos, mientras la fruta recién cortada se le oxidaba en una vieja bandeja en el salón.
Tu madre dejó de hacerte la cena en tu adolescencia, hace más de una década. Empezaste a creer que no cenar te podría ayudar a mantenerte delgada. O más delgada. Muchas veces te esforzaste en controlar su modo de cocinar enredándote en alegatos contra las grasas y los efectos nocivos de calentar el aceite de oliva. Pretendiste asustarla hablando de cáncer pero tu madre no tiene miedo y sigue friendo como quien entiendo que a cada verano le sigue, inevitablemente, un otoño: sin inmutarse. Has olvidado, también, todas las veces que tuviste novios. Y no venías entonces a cenar, a veces tampoco a dormir. Y mamá aprendió a darte tu espacio, a dejarte volar, a dormir mientras tú volabas y la sopa que te había preparado, se enfriaba en la bandeja sobre la que hoy dejaste tú la fruta languidecer. Sé que quieres quejarte y decirme que tu hermano hace lo mismo, que él también protesta, que él también falta muchas noches, muchas más que tú que fuiste una santa. Pero la queja no es sino el discurso de las víctimas y tú no eres una de ellas. No existen las víctimas. Levántate y cuida de ti. Costea tu manutención, agradece tu crianza. Sirve la cena a quienes te rodean y sé humilde. Sonríe y estate segura de que fue el Amor de los demás lo que permitió que tú hayas llegado a convertirte hoy en una maravillosa adulta, a saber lo que sabes, a ser quien eres. Bendice al Amor, que es quien a mí me obliga a guiarte y a no dejarte caer.
Puedes ir en paz.
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