lunes, 16 de mayo de 2011

vivencia CON

 Cada vez que iba al baño, antes de acostarse, la misma rutina. El algodón, empapado en la crema blanca, arrastra los restos de pigmentos oscuros que le maquillan -a medio mauillar- el rostro. Ya las primeras arrugas asoman marcando sus líneas de expresión: la sonrisa, forzadamente constante, deja el surco cerca de la boca. Como si quisiera ser engullida. después hay que tonificar. El sulfato de cobre ha sido diluído en agua destilada y ella lo usa para casi todo y queda, así, convertida en un quijote moderno. Cuando don Quijote enviaba a Sancho a por los ingredientes para la gran pócima que curaría sus heridas, como había leído en tantos libros de caballería. Ella apenas si leyó el Amadís de Gaula pero es suficiente. mientras el olor a óxido inunda el baño, cierra sus ojos y siente a la piel liberada de toxinas.
mira hacia la repisa que se sostiene en el espejo iluminado frontal y alcanza el hilo dental. En cinta, es fundamental que sea en cinta y no el hilo para la estructura de sus dientes y muelas. Sus dientes y muelas atrincheran restos de comida como si fueran hormigas en el campo. A veces le pareciera que cobran vida y le apena tener que arrebatarles lo que de manera tan natural saben hacer. Ella también sabe de almacenar. Pero lo hace y cada espacio interdental queda perfectamente vaciado y posteriormente aclarado. El siguiente paso sólo puede ser el cepillado. Y es aquí cuando, al coger el tubo de la pasta de dientes, tuerce el morro que poco antes estiraba con un algodón empapado en loción descongestiva, para aminorar el aplastante paso del tiempo, y suspira. El tubo se presenta ante sus ojos aplastado por su parte superior, la más cercana al tapón, deformándolo todo. La pasta se acumula, tullida, en la otra parte, a medio sacar. Y ella se acordaba de la Regenta mirando  "con pena, como si fuesen ruinas del mundo, un medio puro apagado (...) frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador". Y se pregunta por qué no es verdad científica, mandamiento y ley innata el lugar exacto por el que ha de presionarse el tubo de la pasta de dientes cuando se desea hacer de él uso y disfrute.

 A veces le cuesta tanto perdonar, perdonar y perdonarse, que opta -sin opción, aunque aún no lo sepa- por ponerse en órbita. Y ya no está en el servicio ni hay espejo ni algodones, cremas, perfumes ni rollos de papel higiénico. Solos ella y el infinito, flotando en la incomprensión.
 Se acuerda de pronto del padre. Cuando era niña y se lavaba los dientes en  el lavabo de sus padres, el tubo tenía todavía peor aspecto del que ahora veía. Papá tenía su propio método de obtener el dentífrico. Papá tenía su propio modo para muchas cosas. El verano que sufrieron en la casa plaga de cucarachas, le contó hasta cien formas diferentes de darles muerte. A veces clavaba un palillo en la mitad del cuerpo. Otras las cogía con suma delicadeza entre los dedos índices y pulgar, elevaba el brazo, cogía impulso y la estampaba contra el suelo. No faltó tampoco el clasicismo del pisotón, con o sin zapatilla. Para la pasta era bien práctico, succionaba como un lactante directamente de la boquilla del tubo. Obviamente también lo deformaba. Y dejaba, además, restos necesarios de saliva para los que veníamos detrás. Esta es una de las peores cosas que le pueden pasar a una escrupulosa. Pero era papá y ella, invirtiendo los roles, le sonreía las travesuras como hace un adulto ante su pequeño.

Ya está en de nuevo donde estaba. El amor del Padre ha llenado el cuarto. Apaga la luz del baño y cierra la puerta. Al otro lado de la ventana, la luna anuncia el fin de la jornada.

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