martes, 31 de mayo de 2011

PD (el deseo del ventrílocuo)

Ya estoy de nuevo asomándome a esta ventana. Es mi querida demencia, que me acompaña, que forma -inevitablemente ya- parte de mí. Pero no escribo como una loca vulgar que no puede reprimir sus impulsos y que donde ayer dijo digo, hoy desea decir diego y, simplemente, lo dice. No. Escribo porque quiero que me leas y no estoy dispuesta a violar la promesa que ayer te hice de "dejarlo estar", de dejarte partir. Confesaste ayer temer convertirte, ahora, en una de mis recurrentes obsesiones del pasado, otro de mis muñecos de ventrílocuo que saco y meto en el baúl a mi antojo. Tantos hubo antes, les hice hablar tan a menudo, te pesaron demasiado. Pues me hallo ante una caja vacía, a ratos la mano -haciendo pinza el pulgar con los otros cuatro dedos de la mano, pinzando, como cuando queremos indicar que alguien habla y habla sin parar- deseosa de cumplir con su función y recrear las voces de lo que ya no está. Y no hay nada dentro. Lo has barrido. Es casi un milagro, dios sabe que sí. Sé que no te consuela, que debes de estar harto de haberme "sanado" a cambio de los orfidales que hoy te llevan a la cama. Y te digo que te equivocas, la regeneración siempre es mutua.

Piensa ahora en el mayor de tus miedos y dime si no te has enfrentado a él hace hoy una semana. ¿Y qué? Que no pasó nada. Que me fui y no pasó nada, que sigues vivo y te sigue gustando ver la lluvia caer y pensar en el frío que emana de la nieve y en cómo te da en la cara y te llena de vida, y el paté que apenas comemos por su alto contenido en grasa. Y escuchar las sonoras carcajadas de tu padre cuando cuenta un chiste que sólo entiende él. Y comprobar cómo aunque no haya un rabito que se mueva cuando abres la puerta de casa, ese espacio empieza a estar -lo estará- completamente colmado de ti. Tus pulmones se llenan, mucho más que hace un año, y te agradecen la decisión. También tus tobillos. Y si enfrentándonos a los mayores miedos podemos llegar a sentir la dicha no sólo de sobrevivir sino de estar más vivos que nunca, ya hemos dejado atrás la filosofía del elefante y ahora eres una serpiente que va dejando caer una piel que ya no le vale, sin la que puede continuar. Y yo soy un colibrí y no necesito compartir especie contigo para amarte.

No tienes que creerme, no tienes que pensarme, sólo mírate por dentro y estate en paz. Duerme como un niño. Eres maravilloso y todo va a ir bien. Yo sé pocas cosas, muy pocas, pero ésta que te digo la tengo dentro.
DULCES SUEÑOS, DULCE.

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