viernes, 3 de junio de 2011

Cumpliendo con mi oficio: El despertar del cerezo

 Tras dos intentos fallidos para abrir un nuevo blog...
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Yo les disculpo y vuelvo ami querida demencia. Es un objetivo manifiesto el cambiar mi discurso y amasar con otra mano la literatura pero tampoco huyo de lo que vengo haciendo en los últimos meses. De aquellos barros, estos lodos. Que son algo, a fin de cuentas. Limpiaremos de escombros nuestro pasado, como dicen los anonymous en EEUU. Y seguiremos cumpliendo con nuestro oficio, digo yo.


Llamé  a la primera entrada de esos amagos de blog abortados, "El viaje íntimo de la lectura". Cada una de mis entradas, como ejercicio de pura práctica literaria, será el retratodel mejor momento del día, como apresar una pompa de jabón, como el florecer de un cerezo. Fueron los nombres que pensé, como disfraces renovados, antes de volver a la queridademencia de todos los meses. El viaje íntimo de la locura es el libro que a día de hoy me atrapa y que, en cierto modo, me ha devuelto el deseo de la cordura. Va por usted, maestro...




Me licencié en Filología Hispánica hace ya 6 años, parecen muchos cuando una aún no alcanzó los 30 y no son más que un soplido de esos que buscan enfriar sopas en los inviernos más hambrientos. Leí mucho en la universidad, leíamos sin tino. Cada semestre la tarea de mi abuela era la de ir a la cuesta de Moyano, lista en mano, a hozar entre montones de letras atadas y encuadernadas. Estoy segura de que se ofendería si viera que le he adjudicado el verbo "hozar" y me sonrío pensando que nada más lejos de la realidad porcina, la de mi abuela, que es una mujer valiente, dotada de una alegría inquebrantable que le arde permanentemente en el pecho como la llama del Sagrado Corazón. Un don, al fin y al cabo.

 Tanto hube de venir leyendo en la carrera que para cuando me licencié le había perdido el gusto. Y apenas hasta la fecha, 6 años después, sólo recuerdo un libro, una novela más bien, que me mantuvo hilada a sus páginas descuidando el resto de mis quehaceres diarios. Quizá otro día hable de ella. Me llegó en paquete postal a Londres. Un exquisito admirador. Soy mujer de pocos enamorados pero los que cayeron, fueron de una exquisitez admirable.

De lo que hoy os quiero hablar es de la novela que me encontré ayer. "El viaje íntimo de la locura", de Roberto Iniesta, líder por derecho de la banda de rock extremeña Extremoduro. No es sólo que hayan compuesto de un disco a otro la banda sonora de mi vida, es que lo lees y se te olvida quién es el autor. Y te da la risilla nerviosa, casi, de sorprender al Robe escribiendo como todo un señor novelista.
 Volvía ayer en el coche con la novela en el asiento del copiloto, inquietándome con su siniestra portada. Y al pasar por la rotonda de salida de la M40 que va a dar al parque Juan Carlos I, junto al IFEMA, no tuve por menos que desviarme del camino a casa marcado y tumbarme a leer al sol. Bendita desviación. El cuerpo sobre el césped, los pies apoyados en la caseta municipal de préstamo gratuito de bicicletas, el esmalte fuxia de las uñas tomando el sol y el libro sobre la cabeza, soltando sus letras unidas en palabras, unidas en frases, convertidas -finalmente- en texto. Y ya no estás en el parque sino en la casa de Severino asistiendo al extraño corrimiento de tierras que le están cambiando la rutinaria vida de notario solterón de pueblo hijo de notario y nieto de juez. Y te maravillas de recordar que la lectura fuera eso.

Así las cosas, bendita sea la lectura al sol y benditos los (buenos) escritores.

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