domingo, 3 de octubre de 2010

3:43

DAP

Una vez más cada momento tiene su canción.

No es sólo que los tres minutos sobre los que se extiende una pista de audio puedan definirte a ti y a tu circunstancia, sino que, en contadas ocasiones, otro tiene la capacidad de condensarte -a ti y a tu circunsatncia- en tan sólo tres minutos con cuarenta y tres segundos. Sabes entonces que no te encuentras ante un otro indeterminado y que es su determinación la que jusifica tu mítica espera.

Trata de romperme, de sacudirme, de domarme. Break me, shake me, tame me. Y verás que ya no sucede nada. Que nada se destruye porque nada se creó. Que yo no puedo parar esto, que nunca lo dejaré. Cantado, lo entiendo mejor.

Siento, imponente, el Amor que me habita. Me sacude a oleadas de cabeza a pies. Lo noto entrar por mi fontanella, cerrada sólo en apariencia hace ya tantos años...mi pequeña ventana, si dejo de hablar en latín. Y sale por las plantas de mis pies a borbotones calientes, como de venas rotas. Puede hacer también el recorrido inverso. En cualquier caso, es Amor que me habita.

Cuando el Otro se acerca, Amor se agita y deja el ritmo venoso para transmutarse a arteria. Y estalla el pecho extendiéndose por el resto del organismo, donde los microscópicos pedacitos de Emoción van posándose como polvo de estrellas. Y entonces es un hecho que ambos estamos formados de la misma cosa aunque, huída la magia (que no siempre permanece porque nada lo hace), no podamos siempre entendernos sin hablar.

Después el Otro se va. Antes o después se va y yo, espero. Espero y tejo: palabras, como ahora mismo hago. No escribo sino espero. El Otro no está, aparentemente, como aparentemente la pequeña ventana de mi azotea fue cerrada a los pocos días de ser nacida. Pero Amor no deja nunca de recorrerme. Si cierro los ojos, respiro lentamente y me quedo dentro de mí, no tardo en notar las olas recorrerme, vaivén de sangre caliente y oscura. Empapada en ese oleaje sé, sin lugar a dudas, que es mi espera justa y necesaria. Y me mezco, satisfecha, de que haya todavía quien sea capaz de condensar mi aberrante densidad en la ligereza que ocupan tres minutos y cuarenta y tres segundos.

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