viernes, 15 de octubre de 2010
I don´t know
Sam Cooke - Wonderful World
El viento me sopla en la cara con toda la calidez fresca que el mes de octubre le permite. Afortunados pueblos los del Mediterráneo. Se lleva consigo unas cosas, deja otras. No cierro los ojos porque tengo que dirigir la bicicleta municipal. Bueno, honrando a la Verdad -la alétheia griega-, mantengo los ojos muy abiertos dada mi torpeza al manillar: lo que se aprende de adulto, ya se sabe, tarde y mal. No se requieren, no obstante, habilidades especiales para ser feliz. O, más del gusto de los ortodoxos pesimistas, permítanme el reajuste, para disfrutar de pequeños instantes de acaso bienestar pasajero.
La cuesta abajo termina y mis piernas deben ponerse en movimiento si quiero avanzar. La torpe cadena de bicicleta municipal, torpe como yo-municipal como todos, pone en marcha los engranajes y el trasto, inevitablemente, se mueve. Las puntas de mis zapatos de salón -de punta- se enganchan en el dobladillo, a medio coger, del bajo de mis pantalones nuevos. Las suelas parecen repeler a los metálicos pedales, dafnes desesperadas a la carrera bucólica, bucólica, pero carrera a fin de cuentas.
El parque urbano en el que mi Ayuntamiento presta bicicletas azules a los tontos de barrio es más largo que ancho y más bien tirando a poco llano, dato de relevante interés teniendo en cuenta el hecho que está siendo narrado. Y cómo serán sus desniveles que en cuanto llegan las cuestas arriba, mi capacidad pulmonar decide abandonarme y mi musculatura inicia protestas de resistencia pasiva. Si tengo en cuenta que es un recinto con no menos de catorce cuestas y que apenas subí dos (y no completas), he tenido que acabar reconociéndome que he buscado los tramos llanos como busca el perro la sombra en verano. Esto me ha obligado a abrir los ojos, no me ha quedado otro remedio. No ya a las curvas o bordillos acechantes sino a mi condición de perra, por vaga que no por miembro de la familia de los cánidos. Dios los libre.
A lo largo de mi vida, cada vez que me he encontrado (que me encontré, que me encuentro) con algo que me ha exigido esfuerzo, he buscado el camino llano. Y las cosas que he -aparentemente- elegido hacer, han sido siempre las que parecían venirme dadas de serie, las que no costaban.¡La vida es un regalo maravilloso!, suelo así con extrema ligereza (fácil) repetirme.
Y hoy, pedaleando tonta y municipalmente, me he acabo preguntando (ésta mi pobre y atormentada cabeza, heredera de la tradición judeocristiana...) si es bueno o es malo que yo disfrute tanto cuando el viento de octubre me acaricia el rostro como si lo besara con labios de membrillo, sabiendo, como sé, que no sé nada. De nada.
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