Han pasado más de cuatro minutos desde mi "3:43" de esta mañana y en este tiempo, más de cinco horas, he vuelto a experimentar otra de sus sanguinarias despedidas. Y me ha dolido como me dolieron todas, como ahora me duelen. Me duele más el dolor que yo me permito que el que él mismo me aplica y me pregunto la razón por la que me abandono a mi suerte en su laberinto. Siempre la misma suerte, siempre el mismo laberinto. Y soy yo quien se abandona en sus profundidades.
He pasado por esto mismo tantas veces ya que no me puedo creer que siempre vuelva a verme en otra. Como si no fuese dueña de mis pasos. De los pasos de mis pies. Como si sólo una de mis dos manos me empujara barranco abajo...
No he sabido estar en mi sitio: manga ancha. Demasiado sumisa, demasiada sonrisa. Demasiada fe en que está escrito que así sea lo que nada es. La carne empezó a descomponerse y el olor a podrido llega a mi nariz. El zumbido de las moscas hasta mis oídos. Ya están aquí las moscas anunciadoras de tormenta y vienen a cagarse en el cadáver. Me he convertido en el buitre carroñero de este despiadado festín de mi propio cuerpo putrefacto. Revoloteaba desde hacía ya mucho tiempo esperando a que llegara el fin, ansiando mi turno. No sabía entonces que habrían de tocarme más papeles en este guión. Y ahora, que se rueda, yo deseo no desear jugar más. Mis heridas no son pintadas. No hay otros niños a mi alrededor. Nadie juega. Esto no es un juego.
No ha sabido imponerse, le toman por el pito del sereno. Francamente, me ha defraudado. Pensé que podría dominar la situación, que ganaría usted. Ya veo que no.
Los sonidos se alejan oscuros dándome la sensación de túnel. Yazco. Cenizas.
Mañana será un nuevo día.
1 comentario:
Cómo te molan los buitres y la putrefacción, ¿eh?
Son recurrentes en tus escritos
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