domingo, 24 de octubre de 2010

(los)


Adagio for strings by Samuel Barber DAP



El cajón estaba lleno de ira. El cajón, los cajones. A veces era uno solo, grande, en color caoba, barnizado, que olía a viejo. Tenía incluso un regusto a humedad antigua y olvidada; otras veces eran muchos, más ligeros, más sencillo abrirlos y cerrarlos rebuscando no sé qué, pequeños y en madera sin tratar. Dios, estaban llenos de ira, de rabia, de dolor contenido, de rencor. Los abría y cerrada una vez tras otras, como poseída, no creyendo lo que allí veía. ¿No se había vaciado ya de todo aquello?

La doctora le colocó una mano en el abdomen. Mientras, su respiración se aceleraba, como si los cielos y la tierra quisiese aprehender en cada inspiración. O más bien fue al revés, que fue cuando su respiración empezó a entrecortarse que la mujer se acercó y calmó con su mano el abdomen lastimado. Estaba lleno de ira. De odio. De incontinencia. De desesperada impaciencia. De resentimiento. De envidias. Todos los males allí contenidos. La caja de Pandora en sus entrañas, a punto de abrirse. La mano de Alicia conteniendo tanta tormenta. Su bendita mano maestra. El llanto, sin querer contenerse, contenido en el pecho. Lo estás haciendo muy bien. Alicia tenía los ojos más azules del mundo en ese momento, la mano firme y la voz, dulce. Ella tenía los intestinos helados. Las cavidades de esa parte de su cuerpo, desiertas. En algún momento que ya no recordaba, los gusanos habían decidido abandonarla. En el solar, que ahora contemplaba, tanta tiniebla.

En realidad, no perdonaba la partida ni la ausencia. En verdad el abultamiento no era sino su incapacidad de perdón .
Ya vacía, el gesto inerte, yermo el vientre, comprendió de pronto las figuras de Salvador. Robe, ábreme el pecho y registra.





Y se (los) vació otra vez más.
El resto...ya sólo adagio.

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