viernes, 12 de noviembre de 2010

Capítulo IV: El zapatito



Como un explorador- J. Sabina DAP



En el avanzar de estos nuevos capítulos me he acordado hoy de Cenicienta. No de sus máscaras para pasar de fregona a princesa, que será otro cantar -seguro que lo será-, sino de la prueba del zapato. Que es como la gitana del pañuelo (o la del pañuelo gitano, tanto más nos da) pero desprovista de toda brutalidad terrena. O quizá no tanto como Disney nos hizo creer. El zapatito de cristal. Me interesan ahora las hermanastras y lo que la versión de Perrault omitió. Hacia allí enfoco el objetivo de mi cámara y, en primer plano,  os muestro la mutilación. Los hermanos Grimm narran así:

La mayor entró con el zapato en su cuarto para probárselo, su madre estaba a su lado, pero no se lo podía meter porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño; al verlo, su madre le dijo alargándole el cuchillo: "Córtate los dedos pues cuando seas reina no irás nunca a pie". La joven se cortó los dedos (...) Entró la segunda hermana en su cuarto con el zapato y se lo metió bien por delante pero el talón era demasiado grueso: entonces su madre le alargó el cuchillo y le dijo: "Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie". La joven se cortó un pedazo de talón.


Cuántas veces fue el otro quien nos pidió que entrásemos en un zapato que era s(ó)lo de su gusto y que poco o nada tenía que ver con la morfología de nuestro pie . Ese ese Otro que nos procura moldear como Pigmalión. Me ocuparé de él más adelante, quizá, interesante su historia, crucial en mi caso. Pero más allá de eso, tú, pregúntate tú cuántas veces te obligaste a ser quien no eras, quien nunca serás, para caminar a mi lado.
Cuántas veces disimulamos lo que somos o aparentamos lo que no somos, paralizados ante nuestra impúdica presencia. A veces simplemente abrimos de más una cartera, otras, cerramos la boca o uno de los dos ojos.Quién no, alguna vez en su vida, metió la tripa y sacó el pecho para mantener una (mala) compañía cerca.
Cada vez que nos hemos calzado un zapato que no era para nosotros, nos hemos obligado a ir de puntillas, a encoger peligrosamente los dedos, a sacar el talón por fuera. El zapato nunca se rompe, (es) metacrilato puro. Pero, ¿qué pasa con los pies, con las carnes, con el alma recubierta de metros de piel sensible? Cada vez que me calzo un zapato que no es para mí, me prostituyo. Cada vez que alguien se calzó unos zapatos incómodos para estar a mi lado, me hizo sentir prostituída.


Capítulo IV: ¡¡¡Pero qué bien que se está descalza!!!¿Bailamos?



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