domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuento para (no) dormir


Cortometraje "El sueño del caracol"(Schneckentraum)
Dirigido por Iván Sáinz-Pardo DAP



Cuando era pequeña mis padres me suscribieron a una editorial que cada mes me enviaba un cuento por correo postal. Recuerdo la ilusión que me poseía al ver la carta sobre mi cama, al volver del colegio por la tarde, una tarde al mes. Mi ilusión desempaquetando, que nunca me ha permitido amar a las postales y que ,a día de hoy,todavía me acompaña. Mi ilusión leyendo. Un día amanecí dejando de ser niña y la colección de cuentos cambió por una revista de reportajes variados y cultura general, que me acompañaría hasta que me aburrí de ella y di el salto a los magacines de moda, retoque, pelos oxigenados y tallas de niña. De nuevo a la niñez, ya tan lejos de ella.
Continuemos, por favor, en el mundo de los cuentos. Leo-Leo se llamaba la colección, Leo-Leo se llama. Tenía por mascota un lápiz con ojos y boca y manos y pies, todo azul, que te animaba a tomar parte activa de la lectura, realizando los juegos que incluía tras la misma.
Me acuerdo hoy de uno de esos cuentos: Miga de pan. El perfil de una mujer vestida de verde corría en la portada. Camiseta y falda acampanada a la altura de la rodilla. Zapato de salón de tacón de 4cm., como una Infanta. Melena rizada, quizá sólo ondas, a la altura de los hombros y color castaño. Siempre colgada a la espalda, una gran cartera. Miga de pan un día va a la panadería a comprar y cae (porque ella no "queda", directamente "cae" para ya no levantarse) enamoradísima del tendero. Flechazo, como el de la joven del café alemán. Según sale por la puerta del establecimiento, se da cuenta de que quiere volver a entrar, de que querrá volver a entrar cada día de su vida durante el resto de los años que le queden porque está perdidamente enamorada. Y caída, aunque ella no sea aún muy consciente. Así, acude al día siguiente y al otro y al otro. Algunos días compra solo pan, otros días bolletes, colines, algún dulce. Empieza poco a poco a comprar  tanto que es más, mucho más, de lo que puede llegar a consumir. No le queda otro remedio que empezar a almacenar las compras por toda la casa. Al principio son las alacenas, después los armarios. Según pasan las semanas, ocupa ya cada uno de los rincones de cada habitación de la casa. Y sigue acudiendo cada mañana a su cita con el Amor. Y cada tarde. Hay días en que incluso se acerca, también, justo antes de que cierren -de que cierre- para sentir el frescor de sus dedos al darle las vueltas, tantas horas ya apagado el horno que trabaja a destajo desde las cuatro de la madrugada para continuar llenando de masa el hogar de la protagonista.
Pronto las primeras barras compradas , pistolas en el Madrid más castizo, empiezan a ser habitadas por el moho. La cara más mortecina de la vida se va extendiendo por la esponjosidad blancuzca de la levadura hasta acabar tiñendo en tonos azulados, verdosos y violáceos las alacenas, armarios y rincones de nuestra infanta.
Según el pan se va pudriendo, comienza a entender la joven cuánto su locura le ha hecho perder. En tiempo, espacio, dinero y cordura.

Viendo hoy el sueño del caracol que encabeza este recuerdo de sobremesa de domingo, me ha parecido adecuado continuar con la idea de vacío con la que amanecí. Porque cada uno llena su vacío como quiere, como puede. Lo único que parece ahora importante es dejar hecho, dejar que se haga, lo que en ningún caso debería esperar a hacerse otro día. Así que, sí, espérame a dormir.


No hay comentarios: