Encontré ayer en el facebook de Paulo Coelho esta frase. Antes de empezar un capítulo ha de terminarse el viejo. Y me fui directa a mi recién adquirida idea de la purga, que también data de ayer. Porque las ideas se adquieren como se adquieren los bienes de consumo; del mismo modo se consumen, se agotan, se intercambian. Fagocitas las ideas de los demás y parece que las sintieras tuyas, me disjiste esta mañana. Y seguí comprendiendo más acerca de la psicosis del camaleón, de este mi engullir y vomitar voraz, del vivir para narrarlo.
Pensaba comenzar este proceso de limpiza en orden riguroso, desde el primero al último de todos. Pero esta mañana me cruzó la idea de que no tendría necesariamente por qué apetecerme hacerlo de este modo, y podría entonces darse el caso de que prefiriera hablar del penúltimo cuando le tocara al tercero ,o del primero cuando ya fuera acabando mi listado. Entonces he dejado hablar al vago mundo, como acostumbro, y él, a través de música se ha manifestado, como a su vez acostumbra.
Planeta Imaginario (sintonía completa) - DAP
No es una sintonía habitual en la radio.No cabía duda. Se me hablaba de Nacho y de Nacho os hablo.
Me crucé con Nacho el Día de la Bestia (6/6/6) y por eso siempre pensamos que nuestro encuentro no podía ser simplemente casual. Yo acababa de salvar, una vez más, esa eterna relación de la que siempre quería marcharme y de la que nunca lograba escapar. Esa relación a la que cada vez que le lanzaba otro torpe salvavidas, lamentaba mi mala suerte, mientras asistía a su reanimación.
En Nacho vi una perfecta oportunidad de perder la cabeza y escapar de mi condena. Sus correos, de remitente "q b", llegaban a mi bandeja como el agua a la maceta olvidada. Necesitaba escapar de mi mala suerte y vi en él la nube de lluvia. Afortunadamente no fue necesario, una invitación a Estambul puso tierra de por medio. A la vuelta, inesperada y milagrosamente, por fin el fin llegó por la otra parte, hablaré de aquella cobardía en otro capítulo.
Sé que recuerdas la pronta cita, mi retraso para llegar, la calurosa noche de principios de julio. El edificio era antiguo, grande el portal. Mi primera vez en las Islas Filipinas y no recordé a Felipe II en toda la noche. Me senté en tu sofá tímidamente y fingí estar cómoda todas las horas que allí pasamos, tú hablando y yo escuchando. Hablaste tanto…nunca he olvidado los temas, el conflicto vasco y el Imperio Romano. Y yo solo pensaba morituri te salutant, tal era el grado de ansiedad que me causaba no poder fumar en tu salón y, es más, ser consciente de que no podría volver a encender un cigarrillo hasta que no cruzase de nuevo tu portal a la mañana siguiente al hacerse de día. Tenías el mismo miedo que yo. Sólo que yo pensaba en nicotina y tú hablabas de historia. Hablaste tanto y tan atropelladamente que pronto empezó a salir por tu boca un pestilente aliento de orador desfasado. Para ese momento yo ya había maldecido la hora en que decidí pasar la noche con un extraño como tú y mi única misión era ya que el tiempo pasase lo más rápidamente que fuera posible. Te rogué que nos acostásemos, recordarás el estreno de un pijama de raso negro más recatado que la piel que ocultaba. Juntaste las dos camas nido de tu cuarto, tu novia estaba en Toledo, me cedías el sitio. Apagaste la luz y yo sentí que nunca había deseado tan poco a alguien y te recordé, desde la oscuridad del cuarto, paliducho, feo, repelente y aburrido. Y de pronto una de tus vértebras entró en acción. Ya me habías hablado de su deformidad pero me invitaste a palparla, tan médico como siempre. Al acercar mi dedo a tu espalda cambió el curso de las cosas. Eureka. Algo así como lo que tuvo que sentir Newton al ver caer la manzana o Copérnico en uno de los giros solares de sus atardeceres mediterráneos. Algo así como ser conscientes de pronto de que la razón por la que fuimos engendrados y alumbrados en este mundo, acaba de materializarse ante nuestros ojos.
A ese roce le siguieron otros. Aquel verano me sabe a abrazos sin ropa, a natillas de vainilla en el salón de tu estudio, a sexo oral en tus labios, a albaricoques en el metro, a profundo enamoramiento, a ganas de morir dentro de tus brazos. Aún recordarás cuando metía la cara en tu axila y me quedaba a oler el mar. Sabe dios que hubiera deseado morir allí.
Después, o más bien durante, vinieron también las cosas feas, todas sucedieron al mismo tiempo pero yo ahora siento la necesidad de diseccionar. El escrúpulo con el que buscabas mis restos orgánicos por tus sábanas, temeroso de que tu mujer descubriera tu falta de honradez. “Riesgos, cero”. Tu enfado aquella única vez que te escribí sin que me hubieras autorizado a hacerlo. La pusilanimidad que mostrabas atrapado, como estabas, en una relación de la que eras marioneta.
Nos fuimos alejando. Durante años seguimos escribiéndonos, siempre clandestinamente. Yo aceptaba las reglas del juego y me repetía en tu tarareo si alguna vez amé, si algún día después de amar, amé, fue por tu amor…y me sentía agradecida, tremendamente agradecida por la noche en que, partida perdida, me atreví a tocarte la espalda. Y a veces, caminando por cualquier lugar, olía un perfume como el tuyo y me clavaba de rodillas en el suelo a llorarte. Sé que viviste lo mismo en bastantes ocasiones, me consta, en el metro, en la consulta, seguramente sin la puntilla de drama final que yo gustaba de añadir, escena almodovariana.
El último encuentro nunca tuvo que haber tenido lugar. No hizo sino traer tempestad a lo que de mitológico a nuestra historia le quedaba. A ti debió de parecerte menos grotesco que a mí. A los meses me hacías saber que por fin eras un hombre libre. A mí ya no me importabas nada. Yo no era la misma, mi cuerpo no era el mismo, tú no me hacías sentir lo mismo. Te ignoré cruelmente intentando que sintieras aunque fuera un gramo de la indiferencia a la que tú me habías sometido tantas veces en tus largos períodos de casado. Pero a ti te bastó un sincero intercambio de correos para retirarte. Y te retiraste para siempre. Han pasado ya muchos años y quizá sepas que alguna vez intenté contactar contigo, la última hace un año. Te diría que solo buscaba saber por qué caminos te llevaba la vida y, sin embargo, soy capaz de reconocerte que nada ansiaba más que el recuperar en mis manos el perdido calor de tu columna en su zona lumbar. Te he buscado después en tantos otros médicos, en tantas especialidades...y no estabas en ninguna de ellas.
He creído durante mucho tiempo que tu papel en mi función sería el de Amor por los siglos de los siglos, amén, sin otro argumento que el de que fuiste el primero que una vez me amó. La idealización que de ti queda en mi imaginario está tan difuminada que, tal vez, paulatinamente, vaya quedando menos huella tuya en mis sentidos. Desaparecido de mi tacto hace ya tanto, borrado de la vista, perdidos el gusto y el olfato de tu esencia, quizás en el suspiro que hoy me aulló en el pecho con las notas de la sintonía del Planeta Imaginario asaltando mi cordura, digo solo quizás, hayas decidido abandonarme del todo, hoy, para siempre.
Nacho, puedes ir en paz.
Nacho, puedes ir en paz.
1 comentario:
11 de diciembre, 2010
Recibo un correo electrónico. Remitente: q b
Sólo una frase, tanto tiempo después:
..nunca te olvido, aunque lo intento mucho...
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