lunes, 23 de agosto de 2010

IN ILLO TEMPORE...

 "300 pesetas son los dos sandwiches, señora". La primera vez que me vi  despachando detrás de un mostrador con una falda demasiado estrecha para la anchura de mis caderas de entonces y una chapa dorada con mi nombre pegado sobre la teta izquierda, pensé que la adolescencia había llegado a su fin.Pero justo cuando se supone que empieza la vida adulta comencé yo a hacer cosas de niña.  La mayoría de edad me llevó a morirme de risa tirándome por toboganes de barrio o saltando sobre los colchones pulgosos que la clase media abandona junto a los contenedores de orgánica cuando una de las cuatro pagas anuales le permite, de lustro en década, renovarse. O morir. Ya no hay pagas. En Europa todo se prorratea, hasta los besos. Y el pan nuestro de cada día dánoslo de golpe hoy.
 Por esa época fue que empecé a desear que me contaran cuentos. Me imagino metida en la cama, tapada hasta arriba sujetando el embozo de la sábana con los nudillos. Los ojos muy atentos y la boca entreabierta, esperando el enjambre. Expectante en la infancia que nunca tuve. Los niños que viven como adultos, de adultos tienen comportamientos infantiles, repite mi psiquiatra antes de recibir su pago semanal, como una letanía usurera. Yo me acuerdo de Joaquín: ¡A jugar!

"Si el niño vive el placer de la acción compartida con los otros


niños,

como saltar, hacer equilibrio, caerse, construir, destruir,

esto es ya compartir emociones profundas,

es ya intercambiar con sus compañeros de juego,

participar de sus iniciativas,

es también aceptar el punto de vista del otro,

sus proyectos y sus deseos."

Prof. Bernard Aucouturier
 
 El profesor Aucouturier -auqnue no me cobra- me recuerda que de niña yo detestaba jugar con otros niños. O simplemente no lo hacía o dejé de hacerlo en algún momento que ya no recuerdo. Pero nada importa ya en el momento en el que te van a leer un cuento.
 
 Esto nunca sucedió: nadie me leyó un cuento.Las cosas son como son, disfrazarlas sirve de poco. Algunas veces intentaron contarme-los pero no dio resultado. Demasiado perra, demasiado vieja. Por eso el día que conocí el Surrealismo cambiaron tantas cosas. Y Salvador me salvó. Cuando la revolución estalla en nuestra cabeza, hay genio.Cuando uno se atreve a materializar lo que sólo los sueños permiten, hay genio. Cuando se pierde el miedo a rozar la locura, hay genio. Sólo sumergido en ella quizá un día llegue la trascendencia. O no. Pero eso poco importa ahora.
 En los últimos días he tenido ocasión de pisar el mundo de dos genios. He entrado en sus cuentos personales como aquella niña de Carroll que se adentró en una madriguera. En próximos escritos seguro que me referiré más a ellos. Lo que he visto estos días de Dalí y Gaudí me ha vuelto a recordar que no hay que temer entregarse a la fantasía, que se puede habitar en ella y darle al mundo genialidades. Gigantescas o minúsculas (los tamaños realmente no importan; hay vaselina cuando el amor patina). Genialidades para la humanidad entera como legado-artístico-declarado-oficialemente-patromonio-de-la-humanidad-por-la-Unesco o para una sola persona en forma de cuento de buenas noches.
Buenas noches.

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