Todo lo que me pidas. Todo lo que me pidas. Lo repetía con la mirada perdida, la boca desencajada. El aire entrando, cálido y lento, en sus pulmones; casi a espasmos. Sólo quienes han experimentado el placer que a veces trae consigo el dolor y han sufrido inevitablemente, después, cuando parecía que ya sólo quedaba placer, imaginan ahora el rostro que describo.
¿No había aprendido, acaso aún, aquella muchacha que estamos solos? Uno aprende que está solo en una noche de insomnio. Mi primera experiencia con el insomnio llegó temprano, no tenía yo más de diez años. Tardó mucho tiempo en irse. Pero un día también ella se fue. Como todo. Aprendí de aquellos años de agonía nocturna, de miedos, de fantasmas televisados a los pies de mi cama. De ojos forzadamente cerrados y de luces encendidas. Aprendí que la noche que no duermes, eres tú quien no duerme. ¿Y los padres?¿Y la familia? Dormían. La mayor parte del tiempo a pierna suelta; la que menos, sólo lo que yo permitía que lo hicieran. Sólo mi padre supo de tantas noches de fatiga. Y sólo mi padre alcanzaba acaso a consolar en algo tanto vacío, tanto miedo.
Intentar cagar sin ganas me desespera. Es evidente que antes o después ninguno de nosotros nos libramos de cagar, llega por sí solo porque lo hace el cuerpo per se. La defecación es una función fisiológica inevitable. Como tantas otras. No podemos evitarla, pues; sin embargo, si somos afortunados, sí que tenemos lo que se llama un control voluntario de las mismas. En resumidas cuentas, podemos contenerla (durante un tiempo más o menos largo pero siempre limitado) pero lo que nunca podemos hacer es forzarla. El elefante sabe, en su ruda filosofía, que lo que no puede ser, simplemente no es. Lo escribió Saramago, que en paz descanse. Y no andan las cosas con la SGAE como para citar sin cita. Intentar cagar sin ganas me desespera. Más en un ambiente extraño y hostil que en la propia casa de uno, donde casi cualquier actividad tortuosa puede ser convertida en ejercicio de relajación si se tiene buena lectura cerca. O simplemente lectura. Cuántas etiquetas de productos cosméticos leídas, más Lingüística Comparada que en todos los años de carrera... La carrera.
Cuando me fuerzo a cagar sin ganas estoy intentando cagar por mis cojones. Se me olvida en esos ratos que yo no controlo ni mis intestinos, por no controlar. A cojones siempre gano, claro. Y puedo tomarme fave de fuca y desintegrarme por dentro sin necesidad de enamorarme. O apretar sin aliños ni pócimas hasta el saltado de lágrimas. Es la otra opción. Los cocodrilos aprietan tan fuerte la mandíbula, capturada la presa, que sus ojos lloran. Todos conocemos las lágrimas de cocodrilo de una manera u otra. Cuando yo quiero tener mas cojones que mi propio cuerpo siempre acaba doliéndome algo. O llorándome el ojo.
El día que más me dolió el culo al cagar de toda mi vida, aunque mi novio -sentado en el bidé a mi lado y con gesto de condolencia-, apretaba mi mano fuertemente sin soltarla, entendí que estamos solos en el mundo. Y que si al cagar, con, por o sin cojones, te duele mucho el culo, sólo te duele a ti. Y en esos momentos, que te den o no la mano, suele ser bastante secundario.
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