lunes, 27 de septiembre de 2010
Πηνελόπη
DAP
El mundo me habla: a través de otros, a través del mundo. Esta mañana me habló de Serrat a través del programa de su último espectáculo -a Miguel Hernández- en el Teatro de la Zarzuela, depositado en una mesa del seminario por una compañera (de seminario) para otra (compañera de seminario). Desde allí me miraba con sus pequeños ojos del mirar nostálgico de quien se hizo mayor cantando. Yo lo he ojeado, después lo he hojeado y, por último, lo he vuelto a dejar -abandonado a su suerte- en la mesa, como si fuera un seminarista más, a la espera del avanzar de las manillas del reloj.
No sé cómo fue que me vi con un libro entre mis manos. Estoy rodeada de libros y ninguno es mío. Los toco, los abro, los cojo y dejo; los cierro. A veces hasta los huelo. Fobias y filias. Cuando nadie me ve. El libro de los valores, Gustavo Villapalos y Alfonso López Quintás. Lo abro al azar para echar los dados. Página 110, quizá 111: "Los recursos de una mujer fiel: Penélope, reina de Ítaca, espera largos años la vuelta de su marido, Ulises (llamado Odiseo por los griegos), empeñado en la Guerra de Troya. Cuando éste regresa, Penélope apenas puede reconocerle y emplea ciertos artificios para cerciorarse de que es su marido. Por su habilidad para mantenerse sola, en la esperanza de reencontrarse con su esposo, Penélope se convirtió en una figura simbólica de la actitud de la fidelidad".
Quedan hilados Serrat y la fidelidad en el rotundo cuerpo de Penélope.
Yo, la Penélope mítica, acabo de ser tachada de infiel. Yo. Y hoy el mundo me habla de fidelidad de nuevo. Y me dice que no desespere, que él me cree. Pero tú, impúdico Odiseo, me acusas de traidora, adviertes el inexistente peligro gestado sólo en tu miedosa mente de hombre. No soy Helena de Troya sino Penélope, reina de Ítaca.
Rodeada de pretendientes, la infeliz, puestos los ojos únicamente en el hilado; cabizbaja. Trabaja satisfecha con la paciencia del enamorado que ansía detener el avance del tiempo. Sólo un consuelo a tanto sacrificio será la recompensa que Historia te dé otorgándote la trascendencia en forma de tan gran virtud. Fidelidad. Si también te quitan eso, dime, ¿qué te queda? Dime, ¿qué me queda?
Odiseo, no olvidamos tu demora en el regreso. Veinte años: diez de guerra, diez de vuelta. Recordamos el nombre de las que te entretuvieron. Calipso, Circe, Nausicaa. No permaneciste con ninguna, el deseo final era siempre volver a tu patria, que te esperaba. Que te esperó veinte años. Sin embargo, te entretuviste: Calipso, Circe, Nausicaa. La Historia fue, después, generosa contigo. Yo misma soy generosa contigo sabiendo que en sus brazos me amabas a mí. Y hoy tiene que venir el mundo a recordarme lo que es la fidelidad, sembrada tu duda.
La fidelidad (de las voces latinas fides, fe y fidere, fiar) es la respuesta adecuada a una promesa. Es una actividad propia del hombre por implicar futuro: promete hoy para cumplir en adelante. No se reduce a aguantar (tarea propia de muros y columnas) sino que se convierte en deber asumido y voz interior, fuente de libertad. El hombre fiel sólo se obedece a sí mismo y, por tanto, no se aferra a lo prometido por terquedad. Te quiero libre. Ser fiel no significa encadenarse a alguien. La dominación -dominar y ser dominado- es relación que acontece en el plano de los objetos mientras que yo me muevo en las realidades personales. Te adhieres a lo prometido más firmemente cuanto más alto es el valor de lo prometido. No es resistir, caro Odiseo, el paso del tiempo. No es cuestión de tiempo sino de calidad de la unión. Uno es fiel porque se siente unido a algo valioso, que perdura, que no es fútil, pasajero o deleznable sino que merece un inmenso respeto.
Tenemos la capacidad de seguir siendo los mismos aun habiendo dejado de ser lo mismo.
Supone un ejercicio de memoria lo que represento. Recordar es volver a pasar por el corazón (en latín cor es corazón), traerte de nuevo a mi existencia. Cada día. Cada hora del día. Cada minuto de cada hora. Ser fiel implica recordar lo prometido y cumplirlo. Ser fiel es un acto de re-creación de la realidad. Cuando promete crear algo valioso y cumple la promesa, el ser humano -Penélope- logra una cota suprema de dignidad.
Hasta aquí las teorías. Cierro el libro. Descansa, anhelado amado mío, Homero toma ahora la palabra. Te bastarán, apenas, unas líneas para entender cuántos modos diferentes tenemos de decir la misma cosa. Y cómo tengo la capacidad de ser la misma Penélope aun habiendo dejado de ser lo mismo.
Así habló, y a él se le levantó todavía más el deseo de llorar y lloraba abrazado a su deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de los que nadan (a los que Poseidón ha destruído la bien construída nave de Ponto, impulsada por el viento y el regio oleaje: pocos han conseguido escapar del canoso mar nadando hacia el litoral y -cuajada su piel de costras de sal- consiguen llegar a tierra bienvenidos, después de huir de la desgracia), así de bienvenido era el esposo para Penélope, quien no dejaba de mirarlo y no acababa de soltar del todo sus blancos brazos del cuello.
El mundo a veces me habla para decirme lo que callas.
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