Desde que Jacinta apareció al extremo del corredor, Fortunata no quitó
de ella sus ojos, examinándole con atención ansiosa el rostro y el andar,
los modales y el vestido. Confundida con otras compañeras en un grupo
que estaba a la puerta del comedor, la siguió con sus miradas, y se puso
en acecho junto a la escalera para verla de cerca cuando bajase, y se le
quedó, por fin, aquella simpática imagen vivamente estampada en la
memoria.
La impresión moral que recibió la samaritana era tan compleja, que
ella misma no se daba cuenta de lo que sentía. Indudablemente su natural
rudo y apasionado la llevó en el primer momento a la envidia. Aquella
mujer le había quitado lo suyo, lo que, a su parecer, le pertenecía de
derecho. Pero a este sentimiento mezclábase con extraña amalgama otro
muy distinto y más acentuado. Era un deseo ardentísimo de parecerse a
Jacinta, de ser como ella, de tener su aire, su aquel de dulzura y señorío.
Porque de cuantas damas vio aquel día, ninguna le pareció a Fortunata
tan señora como la de Santa Cruz, ninguna tenía tan impresa en el rostro
y en los ademanes la decencia. De modo que si le propusieran a la prójima,
en aquel momento, transmigrar al cuerpo de otra persona, sin vacilar
y a ojos cerrados habría dicho que quería ser Jacinta.
(Fortunata y Jacinta.Dos historias de casadas. Don Benito Pérez Galdós, un canario madrileño)
No soy Envidia pero, ¿qué hay de Envidia en mí?
DAP
(El País de Alicia. Envidia Kotxina, banda madrileña)
Campanilla busca la sombra de Peter en el angosto cajón. Le costó entrar por la cerradura, demasiado pequeña para la exuberancia de sus caderas, tal vez. Peter quería recuperar su sombra costase lo que costase y ella le ayudaba. Costase lo que costase. Campanilla lo quería directamente a él, con la claridad de la luna en las noches en que se muestra llena, pero Peter ya había puesto sus ojos en Wendy y, por otra parte, jamás se le hubiera pasado por la cabeza algo semejante con su pequeña ayudante. Por eso el hada se limita a servir en todo cuanto puede.Pero no nos cabe duda ya de que quiere lo que otro tiene.
¿De dónde provendría esta extraña sensación de escasez interior que la impulsaba al intento desesperado de llenarla con algo externo? Ella no se hace estas preguntas, sólo vuela buscandole la sombra, con toda la fuerza de que es capaz. Pero Campanilla está llena de rencor. Y cuanto más rencor hay en ella, más esfuerzo pone en la búsqueda.
Escondería acaso competitividad bajo sus alas, tal vez mezclada con deseo y apego porque desea con toda su alma algo que no tiene. Envidia quiere lo del otro, incluso hasta el punto de llegar a ser el otro.
Es la carencia lo que le hace mirar afuera, como si su diminuto cuerpo no fuese capaz de albergar algo valioso. Y es esa dichosa carencia la que contiene un sentimiento expreso de añoranza. Derrotada, se sienta en mitad del cajón y mira por el infinito que la herradura le permite. Un Infinito que aunque sus caderas no lograron sobrepasar con holgura ,no por ello ha dejado de ser infinito. Se lamenta: hay queja por lo que falta, siente que los otros tienen más. La comparación siempre resulta dolorosa y en su menuda silueta los dolores son, si cabe, más grandes.
En Envidia hay una especie de adicción al amor. Porque Campanilla llena el vacío a través del otro, que tiene lo que a ella le falta, o al menos eso es lo que se ha creído. Y es la intensidad de este deseo lo que condiciona su frustración. Y de la frustración deriva la tristeza que le ha obligado ahora a tener que sentarse pero que, milagro, le ha permitido abandonar el permanente ceño fruncido -dureza fingida- para derrotarse finalmente sobre la soledad de la madera.
Envidia se vive como algo malo, como una fealdad moral, el más feo de todos los pecados. Capital, a veces se manifiesta indirectamente como culpa. No siempre (se) es consciente de esta culpa. Sin embargo, sí lo es de su sacrificio y sufrimiento. El victimismo está servido y ya no tiene ganas de levantarse ni de salir por la cerradura. Es la suya una vanidad insatisfecha que nunca se colma porque permanentemente mide la distancia, limitada por la cobardía. Campanilla, cobarde, no cree merecer a Peter y es precisamente por eso que nunca lo va a conseguir, aunque ni ella misma lo sepa a estas alturas del cuento.
Destripada queda nuestra linda niña de alas de mosquito.“¡Qué maravilla!”, exclaman las masas, deseosas de terapia y psicoanálisis de saldo.
Pero qué más da...
All in all it was just a brick in the wall..
No hay comentarios:
Publicar un comentario