sábado, 11 de septiembre de 2010

EL MIEDO (VI)

(Sale Angustias muy compuesta de cara.)

BERNARDA. ¡Angustias!

ANGUSTIAS. Madre.

BERNARDA. ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la cara? ¿Has tenido valor de lavarte la cara el día de la misa de tu padre?

ANGUSTIAS. No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya no lo recuerda usted?

BERNARDA. ¡Más debes a este hombre, padre de tus hermanas, que al tuyo! Gracias a este hombre tienes colmada tu fortuna.

ANGUSTIAS. ¡Eso lo teníamos que ver!

BERNARDA. ¡Aunque fuera por decencia! Por respeto.

ANGUSTIAS. Madre, déjeme usted salir.

BERNARDA. ¿Salir? Después de que te hayas quitado esos polvos de la cara, ¡suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le quita violentamente con su pañuelo los polvos.) ¡Ahora vete!

PONCIA. ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva!

BERNARDA. Aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago.

(Entran todas.)

MAGDALENA. ¿Qué pasa?

BERNARDA. No pasa nada.

MAGDALENA. (A Angustias.) Si es que discutís por las particiones, tú que eres la más rica te puedes quedar con todo.

ANGUSTIAS. ¡Guárdate la lengua en la madriguera!

BERNARDA. (Golpeando con el bastón en el suelo.) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo! ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!

(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de Bernarda, viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.)

MARÍA JOSEFA. Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras: ni mis anillos ni mi traje negro de moaré. Porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! Bernarda, ¡dame mi gargantilla de perlas!

BERNARDA. (A la Criada.) ¿Por qué la habéis dejado entrar?

CRIADA. (Temblando.) ¡Se me escapó!

MARÍA JOSEFA. Me escapé porque me quiero casar, porque quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres.

BERNARDA. ¡Calle usted, madre!

MARÍA JOSEFA. No, no callo. No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y para tener alegría!

BERNARDA. ¡Encerradla!

MARÍA JOSEFA. ¡Déjame salir, Bernarda!

(La Criada coge a María Josefa.)

BERNARDA. ¡Ayudarla vosotras! (Todas arrastran a la Vieja.)

MARÍA JOSEFA. ¡Quiero irme de aquí, Bernarda! A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar.

Telón rápido


(La casa de Bernarda Alba, final del Acto I. Federico García Lorca, un andaluz)


No soy Miedo pero, ¿hay algo de Miedo en mí?


DAP

(Tengo miedo. Falete, un andaluz)

El mundo era un lugar peligroso, eso no lo podía discutir nadie. ¡Con todo lo que pasaba! Sin ir más lejos, hoy lo habían vuelto a decir en el telediario que veía cada día a la hora del café: otra nueva mujer asesinada por su marido. Acuchillada. Dos brutales accidentes de coche, en la A-3 y en la N-533, respectivamente. Un atraco a mano armada en una sucursal bancaria, con rehén incluída. Y...una red de explotación de chicas del Este. Era un lugar peligroso, el mundo ¡Ah!, se olvidaba, y un escandaloso episodio de abusos a menores por parte del clero en un país del norte de Europa. Madre del amor hermoso, ¿ni en Dios podíamos confiar ya? A lo mejor era sólo el ser humano. El ser humano era malo por naturaleza. Tendemos a hacer el mal, era lo que hasta la saciedad le habían repetido en su casa, su abuela y su madre, a lo largo de toda su crianza. Y a él se le había grabado eso a fuego. Ni en el grupo nuevo de la parroquia donde ahora se reunía las tardes de los sábados parecían haberle quitado de la cabeza su determinismo ideológico. Pero él no decía nada, no se fiaba de nadie. Se limitaba a ir y a asentir a todo, no había que dar demasiada información de uno mismo; los demás siempre podrían usarla para acabar agrediéndole.

Proyecta en el mundo más peligrosidad de la que hay, se ha dedicado Miguel en cuerpo y alma a la creación de una legión de fantasmas que le pueden agredir ¿Proyectará Miguel su propia agresión rechazada? Miedo está muy ligado a la alta agresividad y es también miedo a la rabia. Como un perro que ladra para ahuyentar a otro. A otro perro o a un hombre cualquiera; también al buen hombre, si se tercia. Así también nosotros nos relacionamos con nuestros semejantes: nos aliamos con el fuerte, atacamos o nos aislamos. Cuanto más rígida sea la opción elegida, menos libres somos. Miguel mantiene el tipo, como puede, entre el que muerde feroz y el que sale corriendo. Miedo al miedo.

Sigue enfrascado en el servicio informativo, frío ya el descafeinado de sobre que cada día se toma junto a su madre, a quien cuida como si fuera su propio parto. La nata de la leche se ha plastificado en la superficie del vaso y flota, arrugada, mientras Miguel oye hablar del crecimiento que espera Alemania para los próximos años y de toda la mano de obra extranjera que allí van a necesitar. Y se acuerda entonces, amada memoria reveladora, de cuando era joven y vivió ya ese mismo capítulo. Los otros muchachos del barrio animándole a acompañarlos, su madre temerosa, su abuela dictatoria. Nunca confió en sus posibilidades. Tuvo miedo a equivocarse, a pesar de que nunca supiera a ciencia cierta si se equivocó más quedándose o si lo hubiera hecho habiéndose marchado. La angustia revivida ahora le obliga a tapar la boca de la voz de sus recuerdos. Calla, calla. Aquellas tierras estaban llenas de rufianes y miserables sin escrúpulos y, además, la abuela y madre necesitaban un hombre en casa. Cuando Miedo nos atrapa perdemos contacto con nuestro corazón, nos vamos a la cabeza y nos paralizamos con las fantasías negativas y destructivas. Es mejor lo bueno conocido. El mundo es peligroso. El hombre tiende a hacer el mal.

Miedo nos convierte en nuestros propios enemigos: contrae la mente, paraliza la acción, dificulta sentir y hacer. Por eso él se quedó como estaba. Toda la vida.
De lo que nunca se ha librado Miguel es del miedo específico a la culpa, a dañar a los demás y a que eso no le deje vivir en paz. Sobreprotector hasta el delirio con su anciana madre, cuidador desvivido, hijo modélico, debería estar satisfecho de la labor realizada. Sin embargo, algo le carcome por dentro con demasiada frecuencia...y a ratos no le deja ni respirar. O despierta inquieto por las noches o tiene que levantarse de la mesa a mitad de comida, ya sin apetito. Es una especie de culpa intangible, no identificada, nunca verbalizada. Pensaba Miguel que los grupos de católicos de las tardes de los sábados iban a aliviarle tanto desasosiego. Eso y el amor a su madre, su total entrega y devoción, incondicionales, que tanto le aplaudían en esas reuniones de infelices.

Nunca sabrá el viejo que las dificultades arrastradas para comprometerse con sus deseos le han llevado a odiar a su madre por la vida que no le ha permitido tener. Nunca sabrá que la odia, que la odia con todas sus fuerzas. Que no era eso lo que él de verdad quería. Nunca sabrá el bueno de Miguel que el miedo le ganó la batalla y que, a veces, es ya demasiado tarde para dejar de creer que el mundo es un lugar peligroso.

Y aunque aún quedase tiempo, qué más daría:

All in all it was just a brick in the wall..

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