martes, 14 de septiembre de 2010

LA LUJURIA (VIII)

Era Lujuria. No había lugar a dudas. El riesgo como forma de vida. Negación de la impotencia, búsqueda de poder, represión del miedo. Era necesario arriesgarse y desensibilizarse. Negados rotundamente dolor e impotencia, sólo dejaba ver la dureza manifiesta. DAP



(Born slippy. NUXX. Underworld, unos que ponían ciegos)

Hay en Lujuria pasión por la intensidad; la pasión del exceso y de lo excesivo. Alimentos fuertes, alta velocidad. Hambre de estímulos y deseo de traspasar los límites de la moderación. La tendencia a excederse es sistema de supervivencia a través del que primero se da el acto y después el pensamiento, de ahí que los impulsos no sean apenas controlables. Es muy visible Lujuria: no se oculta sino que hace gala de su pasión. Actitud fuerte y dura ante la vida y marcado desprecio por la debilidad y la dependencia. Poder y placer son los objetivos de la vida. Lujuria se siente más viva con experiencias extremas en que se siente al borde de la muerte porque representan una transformación del dolor en el proceso de endurecimiento de sí misma ante la vida. Pero quien requiere de tantos excesos para sentirse vivo, necesita también anestesiarse de uno u otro modo. Por eso su vitalidad parece espontánea pero, realmente, es reactiva.
Su mecanismo de defensa consiste en la negación de los sentimientos que tienen que ver con la necesidad de amor y con la culpa. Esto trae consigo endurecimiento, insensibilidad y olvido del mundo emocional. Las necesidades afectivas se sustituyen, entonces, por satisfacciones instintivas y convierten a Lujuria en impaciente e impulsiva. Se aburre con facilidad cuando no hay estímulo suficiente. Pero en realidad esta pasión de intensidad compensa una falta de viveza interior.
Para mantener el poder y la seguridad ha de demostrar su fuerza; en muchas ocasiones, menospreciando a los otros. Lujuria es desinhibida, explosiva, con tendencia a ponerse en situaciones de riesgo. De todas las pasiones que existen, es la menos intimidada por la ira y quien más se permite su expresión directa. Puede conllevar dolor y humillación para los otros, puede ser sádica y hostil o manifestarse, a través de la ironía, del sarcasmo o en actitudes intimidatorias. Lujuria se da libertad de tomar lo que quiere y su hedonismo es más duro que el de Gula porque no necesita de racionalismos ni justificaciones para permitírselo. Se da el gusto aunque a otros no les plazca. En sus niveles más fuertes, Lujuria se puede complicar con una actitud sádica en la que se goza no sólo de tener el poder sino también de poner al otro en una situación de inferioridad y humillación. Desde la descalificación de la debilidad, no hay preocupación por el daño ocasionado al otro e, incluso la evidencia del daño, la queja, puede dar pie a una crueldad mayor.

En su origen hay un sentimiento de insatisfacción, a menudo inconsciente, que ha producido mucha indignación, que ha sido experimentado como injusto. Ante esa injusticia se ha convencido de que nadie va a darle nada en esta vida, que todo lo tendrá que conseguir por sí misma y adoptar una actitud vengativa en la que no se tiene en cuenta al otro, como el otro no la tuvo a ella en cuenta antes cuando lo necesitó. El haberse sentido rechazada le lleva a una renuncia de la necesidad de ser querida. La renuncia de amor trae implícita una dificultad a recibirlo, a creer en las buenas intenciones de nadie, una desconfianza en la bondad que deriva de la proyección en el otro de la propia actitud. Sólo la pareja elegida o los amigos muy íntimos (círculos casi mafiosos) escapan a este prejuicio emocional y con ellos se establecen relaciones de mucho apasionamiento y entrega, muy posesivas al mismo tiempo. Es la expresión de la dominación. Al mismo tiempo, puede dar mucho: una verdadera lujuria de generosidad. Pero como compensación, solicitará una aceptación sin límites. Es dominio, el recurso del poder. La posición de dominio provoca, a nivel inconsciente, una descarga energética que no se llega a producir del todo porque frena la sensación de entrega y disolución que acompañan a la descarga, dado que esta sensación es asociada a la vulnerabilidad y, por tanto, temida y evitada. La tensión interna entre la instintiva necesidad de ternura y la fortísima desconfianza basada en el temor a ser dominado, es resuelta en el plano de la pareja mediante la posesión-entrega. Poseer al otro es darle todo lo que necesita, ser su amo. Si le doy todo, no me abandonará, no me traicionará. La traición es tan temida que para resolverla se crea un mito de pareja absolutamente idealizado. Se sacraliza el vínculo “tú y yo somos uno”.



Sentiste ese “tú y yo somos uno” por primera vez cuando te sumergiste en aquella piscina y simplemente nadaste mientras sentías que tú habías nacido para nadar. Y lo hacías tan bien que llegabas el primero sin cansarte. Y no te lo podías ni creer. Y ya no había ningún niño que te llamase “hipopótamo” al que hubiera que enseñar a respetar a los demás lanzándole escaleras abajo, sino que simplemente te sumergías en el placer de haber encontrado un sitio para ti. Pero un día hubiste de abandonar la natación porque nada es eterno y porque había cosas más importantes que aprender. Y de nuevo a batallar por el mundo.
Volviste a sentirlo después cuando tu hermano te permitió montarte con ellos en aquel primer coche del abuelo de Pablo y poner en práctica las lecciones que con tanto provecho habías absorbido de tu padre. Eras pequeño pero aparentabas más años y conducías bien. El chico promete. En la velocidad encontraste la sensación de estar vivo; en las apuestas, el modo de hacer felices a quienes con dinero pueden comprar parcelas de felicidad; en el grupo, la serenidad que da el sentirse parte de un todo. La clandestinidad te permitió que el sueño de las carreras ilegales durase más que el del agua clorada. Habías nacido para correr, ya no dudabas. Pero tal vez porque nada es eterno y seguramente porque la vida es una hija de la gran puta y quería que aprendieras otras cosas más importantes, un día te frenó. Os frenó a todos: diecisiete abandonos forzados, diecisiete bajas obligatorias. A ti te autorizó a seguir el camino pero con las ganas de correr arrebatadas que, para ti, no eran sino las ganas de vivir. Y vuelta a batallar, con la cara escocesa del alma –esta vez- pintada de azul y blanco.
Después han venido tantos intentos por volver a sentirte uno con otra cosa que ya no te crees ninguno. Perdida la fe, ¿para qué vas a volver a entregarte a algo? Las otras veces la detonación fue asoladora, te dejó llorando sin lágrimas, con los ojos secos, en mitad del desierto, antes de que Munch lo retratara. No se puede nadar en piscinas vacías ni conducir sin coche, carretera, curvas, compañeros. Si te bastaba sentirte pieza encajando con tu entorno para que el puzzle quedase totalmente desecho, ¿por qué iba a ser ahora diferente? ¿de qué formas parte? Perdida la inocencia sólo queda el artificio.


Te diré que la primera vez que te abracé quise sentir yo eso. Quise sentirme una mitad temblorosa que pudiera llegar a sentirse completa entre tus brazos. Sin embargo, te sentí uno solo. Te sentí un uno solo tan completo y tan grande que no dabas lugar a trozos ni a piezas mermadas ni a medias piezas. Y me reconocí la una que siempre he sido. Y me sentí en ese momento tan entera como entero te sentí. Por eso sé, sin lugar a dudas, que a tu lado se puede –y se debe- construir, a pesar de los sueños perdidos, de tu gusto por la dinamita, de la desesperanza que tan profundo te anida cuando de nuevo intuyes cerca lo que ya perdiste en más de una ocasión.


Héctor, saliendo presuroso de la casa, desanduvo el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la gran ciudad, llegó a las puertas Esceas —por allí había de salir al campo—, corrió a su encuentro su rica esposa Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, que vivía al pie del Placo en Tebas de Hipoplacia y era rey de los Cilicios.Hija de éste era pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces le salió al camino. Acompañábale una doncella llevando en brazos al tierno infante, hijo amado de Héctor, hermoso como una estrella, a quien su padre llamaba Escamandrio y los demás Astianacte, porque sólo por Héctor se salvaba Ilión. Vio el héroe al niño y sonrió silenciosamente. Andrómaca, llorosa, se detuvo a su vera, y asiéndole de la mano, le dijo:
Andrómaca: - Héctor, amor mío, no vuelvas a la lucha, por favor. Si vas te enfrentarás a la muerte y ella te vencerá, nunca más volverás con nosotros y no quiero perderte porque para mí eres mi todo, no tengo padre, ni madre, ni hermanos, ahora que ya no estoy sola porque te encontré a ti y reemplazaste a todas esas personas que eran mi vida, te perderé a ti también.

Héctor: - Pero la deshonra es peor que todo eso y tengo que ir a la batalla como un hombre y enfrentarme a Aquiles.
Si no fuera a esa lucha sería más dolorosa la deshonra que que la muerte.
Aunque sufra y muera de pena por dejaros porque sois lo mas importante para mí. Y este es mi destino aunque mi vida termine para muy pronto y no pueda estar junto a vosotros. Pero si muero estaré en el Hades esperándote. Temo que al morir yo no tardará mucho en caer Troya y nos reencontraremos en el Hades aunque sea un lugar horrible me dará igual porque estaré con vosotros.

Andrómaca: - De todos modos la muerte de los troyanos y la caída de Troya está en manos del destino, nadie puede decidir su suerte y si tienes que luchar en esa batalla, hazlo, pero si te vas quiero que sepas que siempre vas a estar en mis pensamientos.
No creo que tarde en irme contigo al Hades, cariño, pues si tu no estás todo será mucho más difícil y Troya no será la de antes, pueden pasar muchas cosas.
Ten valor y vence al miedo, sé fuerte como tú eres, y que el destino decida.

Hector: - No podemos confiar en el destino, pero yo sé que el mío es morir luchando con Aquiles.
Esposa, que no te abata la desesperanza.
Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él a muchas esclavas, y a todas las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.

(Ilíada, VI. Homero, dicen que ciego)


Palabras. Palabras. Palabras. Fáciles de decir, más aún de fosilizar por escrito. La escritura alienta la timidez del cobarde. Poco más puede hacerse con ellas. Conservar o detonar. Da igual:

All in all it was just a brick in the wall..

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