domingo, 12 de junio de 2011
(34)
Segundo movimiento (lo de fuera) La Ley Innata. Extremoduro. DAP
Un nuevo día se abría en la montaña. La tormenta había pasado. El aire limpio lo llenaba todo. Había sido una noche divertida: los amigos, la guitarra, el olor a la carne perdiendo su rojez sanguínea a golpe de brasa.Miraba la luz desde su cama y sonreía sin mueca, como quien no se termina de permitir ser feliz. Pero ya era capaz de mirar la luz, de mirarle a la luz a los ojos, como si de una divinidad se tratase. De esto no era aún muy consciente pero pronto lo sería. La tormenta había pasado, era un hecho. Y él había sobrevivido resultando, incluso, bien parado.Se levantó de un salto de la cama y se sorprendió de la agilidad que había recuperado en los últimos meses. Y dirigió con dulzura la mirada a aquel niño que fue, que por las noches se agarraba las carnes de su tripa y deseaba, con mucha fuerza, que no quedase nada al día siguiente. Rosario de inocencias, sus rezos. Él ya no era un niño, era un hombre bien dispuesto, un adulto, un emprendedor con toda su barba. Era sólo que en los últimos meses se le había olvidado, algunas cosas no había salido según lo previsto, había perdido parte de su identidad, tal vez. Y que ella se había ido...Quería creer que, en el fondo, era sólo que ella se había ido, como si ésa fuera la pieza del puzzle que le habían arrancado. Pero, ¿qué puzzle se compone sólo de una pieza?...Quedó pensativo, y sonriente sin mueca, mientras le sonaba en la cabeza el segundo movimiento de la Ley Innata:Se me cae la casa desde que se marchó./Y ahora ya solo espero el derribo,/y es que perdí la pista del eje del salón,/Y estoy continuamente torcido.Y ahora sólo pienso en ella/y no encuentro razones/cuando su recuerdo se me clava entre las cejas,/sueño con melones encima de la mesa.Buscando mi destino,/viviendo en diferido/sin ser, ni oír, ni dar.Y a cobro revertido/quisiera hablar contigo,/y así sintonizar...Quería él también hablar con ella y miraba, como de lejos, el teléfono. Deseaba cogerlo y marcar su número aunque no fuera a hacerlo. Otras veces sólo miraba la pantalla y se concentraba en que fuera ella la que se hiciese notar, aunque tampoco fuera aconsejable del todo. Él necesitaba ser un hombre lógico, únicamente la lógica nos salva en determinadas situaciones y era por ello que él se le agarraba como si de una tabla se tratase, como había visto que ella hacía con toda la fantasía que había en su cabeza. Ambos sobrevivían. O aún más, allí encontraban el lugar en el que establecerse. Pero el fantasma de ella cada vez era más pequeño porque, poco a poco, él iba entendiendo que ella no era un fantasma, si acaso una flor en el campo. Una flor de primavera. Una amapola que le llenaba de luz el jardín. Y entendió también, mientras todos dormían, que hoy era su día. Abrió la ventana, se llenó los pulmones y se felicitó de vida.
(Amor, feliz, feliz en tu día. Hoy seré el soplido que apague las velas de tu tarta).
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