domingo, 5 de junio de 2011

MojarSE




Comí tarde ayer. Después quise ir a Canal a comprar unas pulseras para regalar.Hay una tienda por allí llamada Piedras Mística, regentada por chinos, donde hay de todo para la creación de collares, pulseras y pendientes. La raza china me hace sentir cómoda, hermanada, no crea tensión alguna en mí como hacen otras, aún no descubrí la razón aunque la intuyo y es tan miserable, que prefiero ni esbozarla hasta no estar completamente segura de ella. En esa tienda que os digo, una de las paredes está llena de bolsitas pequeñas de plástico, una al lado de otra, en filas que ocupan la pared de arriba abajo. Me entretuve largo tiempo buscando y buscando.Ya sabéis de mi gusto por el juego de seguir pesquisas para finalmente dar con la clave. Acabé encontrando lo que buscaba (o más bien adapté a mis deseos lo que había en esa pared) y emprendí el camino de regreso a casa. Mi intención era hacerlo andando, calculaba entre hora y media y dos horas de caminata. Un tiempo estupendo para dedicarlo a mis pensamientos. Me apetecía pensar en la conversación de la mañana con Carlo en el parque. A veces cuando Carlo te mira y le ves temblar el verde de los ojos, desearías meterte dentro de su pecho y no volver a salir jamás de allí. Pero sabes que eso a la larga no le haría ningún bien, que a los hombres hay que aprender a quererlos libres. Se me hace poco todo lo que tengo para darle porque merece diez veces más de los méritos que yo apenas lograré acumular en esta vida. Cuánto dolor me produce ver el sufrimiento. En mí, en quienes amo, en las personas cuyas manos nunca estrecharé. El sufrimiento es más contagioso que cualquiera de las bacterias que hoy asolan nuestros campos. Y hace más daño, precisamente, porque no causa la muerte. Le abrazo y le quiero decir sin palabras que sienta que todo está bien tal y como está, que la mano de la Vida nos va a llevar siempre a un lugar mejor si nos arranca de donde estamos. Que no hay nada que temer. Pero no acierto a decir nada sino a llenar de torpes palabras mi discurso que ya suena más a crecepelo feriante que a Amoy y Vida. También tengo que entender que mis conceptos de Amor y Vida pueden resultar incompatibles para el modo de vida que muchas personas desean para sí. A menudo entiendo que lo único que yo querría en esta vida es poner la mano sobre las personas que sufren y aminorar su dolor. Demasiado pretencioso, demasiado extravagante, me dirán. Y la televisión me animará a que es mejor que desee tener el cuerpo de Elle McPherson, la cara de Adriana Lima, los coche de CR9, las casas de la Duquesa de Alba y el genio empresarial de Amancio Ortega. Y yo me río del mundo en el que me ha tocado vivir donde la Verdad ha quedado convertida en locura y la locura en consumo obligatorio y elixir de éxito a tomar 3 veces al día cada 8horas.
En todo esto voy ocupando mis pensamientos mientras llego al metro de Canal de nuevo y, de ahí ,encamino mis pasos hacia el de Cuatro Caminos. Empieza a chispear y me regocijo de sentir las gotas livianas en mi cara, templadas, anunciando la llegada del verano pese a la inusual primavera que estamos teniendo este año. Para cuando estoy llegando a Nuevos Ministerios, la tromba de agua es tal que apenas somos un 5% los viandantes que hemos decidido continuar el camino como si nada hubiera cambiado; el resto, se refugian bajo el cobijo más cercano y miran hacia arriba impresionados como si el mismísimo Dios Padre fuera a bajar. Intento disfrutar el aguacero y llenarme del oxígeno de cada una de las gotas. Porque realmente me gusta que las nubes me calen, porque me reconforta el tacto de las gotas templadas de esta época del año, me pregunto por qué habría de perderme esa experiencia. Pero ya cae tanta agua cuando he cruzado la Castellana que tengo que empezar a beber toda la que caer por mi cara e ir escurriendo la contención que cada pocos minutos apenas mis cejas pueden resistir. Empiezo a temer por las sandalias que me vi obligada a comprar el día anterior cuando las otras se rompieron en Torrejón, como os conté. Su calidad no es realmente buena (la genialidad empresarial de Amancio Ortega tiene sus trucos) y la idea de imaginarme descalza en pleno diluvio me hace entrar en el metro de República argentina y dar por finalizado el proyecto de paseo sin haber alcanzado ni la mitad del objetivo inicial. Ya en el andén, esperando al tren, siento las ropas mojadas sobre la piel trémula y sonrío entre tanto olor a humedad.

Benditas sean las gotas de lluvia, que se dejan calentar por el sol a partir de la primavera y las retiradas a tiempo.

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