Se mordía las uñas y miraba el cartel de la estación de cercanías. Tren próximo destino...4 minutos. Se mordía las uñas que tanto hacía que no se mordía y miraba el móvil. Como el alcohólico que se postra ante una botella de Jack Daniels tras una década de limpia abstinencia: A ratos desesperada, firme a breves instantes en su propósito. No, no puede llamarle ni escribirle, lo ha prometido. Se lo ha prometido. Le sonríe al pronombre "se" que tanto cambia las cosas y que es el mismo pronombre que hoy le explicó a Pablo en clase. ¿Y ella para qué promete? Quiere ser débil y caer, abandonarse al placer de romper las normas. Desea tanto escucharle y decirle que le necesita, que quizá se equivocó, que quiere verle y tocarle y besarle, que le desea como una loca. Se le acelera la respiración cuando permite a los dedos posarse sobre las teclas del viejo teléfono móvil. Lo va a hacer. No le gustan las represiones, llevan al olvido.
El tren llega a la parada veloz y aparatoso. El aire que trae consigo le despeina las decisiones. Se muerde el labio inferior, se suena los mocos, se enjuga una lagrima. Guarda el móvil, sin mácula, en el bolsillo. Luego, más tarde, será otro día.
Y las puertas se cierran a sus espaldas.
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