martes, 14 de junio de 2011

El síndrome de abstinencia

Él debía ya de estar bien, estaba segura. Segura de que entraría, saldría, se reiría y hablaría del tiempo con los vecinos. Segura de que haría planes más allá de la tarde que le ocupaba, de que ya estaría organizando el viaje de verano. Segura de que cada día se acordaría menos de ella. Esta seguridad, aunque os lo parezca, no era imaginada y ni siquiera intuida. Se basaba en la Ley del Deseo, que venía a decir que cuanto más deseamos algo, más se nos aleja. O, dicho de otro modo, que cuanto más se aleja de nosotros algo que en un momento nos fue cercano, más lo deseamos. Si así eran las cosas, estaba claro: Él tenía que estar olvidándola. Porque si las primeras semanas era él quien lloraba y ella quien dedicó las tardes a pasear descalza y sola por los parques y a leer respirando los rayos del sol, ahora era ella quien se desesperaba, así que estaba claro ¿no? Él tenía que estar olvidándola.



Se mordía las uñas y miraba el cartel de la estación de cercanías. Tren próximo destino...4 minutos. Se mordía las uñas que tanto hacía que no se mordía y miraba el móvil. Como el alcohólico que se postra ante una botella de Jack Daniels tras una década de limpia abstinencia: A ratos desesperada, firme a breves instantes en su propósito. No, no puede llamarle ni escribirle, lo ha prometido. Se lo ha prometido. Le sonríe al pronombre "se" que tanto cambia las cosas y que es el mismo pronombre que hoy le explicó a Pablo en clase. ¿Y ella para qué promete? Quiere ser débil y caer, abandonarse al placer de romper las normas. Desea tanto escucharle y decirle que le necesita, que quizá se equivocó, que quiere verle y tocarle y besarle, que le desea como una loca. Se le acelera la respiración cuando permite a los dedos posarse sobre las teclas del viejo teléfono móvil. Lo va a hacer. No le gustan las represiones, llevan al olvido.

El tren llega a la parada veloz y aparatoso. El aire que trae consigo le despeina las decisiones. Se muerde el labio inferior, se suena los mocos, se enjuga una lagrima. Guarda el móvil, sin mácula, en el bolsillo. Luego, más tarde, será otro día.
Y las puertas se cierran a sus espaldas.

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